jueves, 27 de diciembre de 2018

LA CESTA

se rompió la cesta
terminó su vida inútil
y con ella su vocación.
todo lo prodigó
ahora no es más que transición
hasta que alguien active
el mecanismo de la di-solución.
fue hogar de criaturas
encantamiento
domicilio de todo
incluso de nada.
los vientos no la reconocen
ha perdido el almizcle
lo único que le queda intacto
es la santidad.
nadie le hará ofrendas
no tiene qué afirmar
nadie rozará su estambre y temblará
no buscarán en sus formas ojos
ideogramas esperanza.
nadie recorrerá el sendero
contemplando el milagro de su ausencia.

lunes, 10 de diciembre de 2018

MI ÚNICO ÉXITO CINEMATOGRÁFICO



   Durante mi último semestre en la universidad, cursé la asignatura de Culturas Kichwas. El docente se tomaba muy a pecho eso de que no se aprende una cultura sino es a través de la lengua. Porque la cátedra estaba direccionada únicamente a su gramática y vocabulario.

   Cada semana Adrianka, un hombre maduro y calvo como la luna, ingresaba militarmente al salón de clase, pedía la bolsa llena de papelitos, sacaba los nombres de los afortunados y los hacía pasar uno a uno a la pizarra para humillarlos con la lección que consistía en una serie de preguntas en kichwa que debían ser prolíficamente respondidas.

   No estoy seguro de que ese método pedagógico haya formado nuevos hablantes de la lengua aborigen. Lo que sí recuerdo es que desde antes de iniciado el último semestre, debías acostumbrarte a la desventaja de las estadísticas, a la idea de que probablemente formarías parte de ese 99% de estudiantes que se quedaba a supletorio; o que de pano, podías sumar las filas del 60 o 70% que arrastraría la materia.

   Yo también llevé mi cuota frente a la pizarra; sobre todo por mi voluntariosa incapacidad con otras lenguas y por la antipatía que me generaban esas aciagas horas. No quedaba más que la resignación.

   Sin embargo, no todo sale como uno cree y el mío debe ser un caso a registrarse en los anales de los sucesos extraordinarios.

   El último trabajo consistía en grabar una conversación en video. Puse en ello mi último aliento. Junto con mis compañeros preparamos todo para viajar a Otavalo, vestirnos con ponchos y alpargatas para grabar la representación de una oscura leyenda centroamericana adaptada al contexto de Quinchuquí Alto.

   Fue una bella experiencia. Durante cualquier rodaje, por más sencillo que sea, inevitablemente me siento Marcello Mastroianni. Además, a pesar de las dificultades con los diálogos, del tiempo o voluntad limitada de los compañeros, pudimos, no solo obtener un material en bruto con el que se podía cumplir con las expectativas de un trabajo aceptable, sino que compartimos con una familia indígena que nos brindó su cariño, un plato de crema de haba y un cuenco de granos tostados; incluso una cama si es que decidíamos pasar la noche ahí.

   Recuerdo el viento pegándome el poncho, el campo para sembrar maíz y la sensación de estar en un sitio donde sería bello vivir. Ahí todos los niños, mujeres, hombres y ancianos que transitaban eran seres alados.

   El video salvó mi materia. Me imagino al profesor Adrianka pasando de la pereza al asombro y del asombro a la risa por nuestras lamentables actuaciones, por tantas reiteraciones absurdas, puesto que tuve que extender a diez minutos un material que con las justas podría salvarse en dos.

   Nada de ello me impidió subir ese cortometraje a mi cuenta de youtube. Las tres o cuatro visitas por mes se empezaron a disparar a decenas de visitas diarias, ni los subtítulos y acotaciones de índole educativo que agregué disuadieron las condenas y dislikes. Cuando empecé a recibir comentarios burlescos, decidí ocultar el video para siempre.

   ¡Ciegos y advenedizos!, nunca podrían entender que acaso nada me refleja más desnudo y completo.

sábado, 8 de diciembre de 2018

BLANCO

   
I

   Es el hombre. El de la guitarra. Moreno, grueso, bajo de estatura. Aquel de la gorrita violeta. Pero para estar más seguro, me fijo en su brazo. No hay duda, el Cristo tatuado. Quién soy yo para cuestionarlo. 


II

   Es el hombre. El de las manzanas azucaradas. Moreno, grueso, bajo de estatura. Aquel de la gorrita verde. Pero para estar más seguro, me fijo en su brazo. No hay duda, el Cristo tatuado. Quién sabe qué habrá hecho. 



III


   Es el hombre. El del martillo. Moreno, grueso, bajo de estatura. Aquel de la gorrita amarilla. Pero para estar más seguro, me fijo en su brazo. No hay duda, el Cristo tatuado. Quién sabe con quién se metió. 


IV


   Es el hombre. El de anteojos. Moreno, grueso, bajo de estatura. Aquel de la gorrita blanca. Pero para estar más seguro, me fijo en su brazo. No hay duda, el Cristo tatuado. Quién sabe si lo esperarán esta noche en casa.

sábado, 24 de noviembre de 2018

EL SOBREVIVIENTE

   Tito sobrevive otro día a la aburrida jornada de clases.
   El timbre de la última hora sonará pronto. Sin embargo, si se es creativo, todavía es posible hacer algo provechoso estos pocos minutos.
   Basta un guiño a Lu y Ma para que todo esté planteado. No hacen falta preámbulos.
   Los tres agarran de la chaqueta al maestro de Lengua y, cuando su cuerpo escuálido yace en el piso, animados por el júbilo colectivo, lo estiran. Lu y Ma por los brazos; Tito, quien es el más fuerte, por los dos pies. El infeliz aúlla.

   —¡Cállate, cabrón! Que todo lo que digas puede ser usado en tu contra ante la Defensoría del Menor.

   El pobre diablo lanza sendas amenazas, a pesar de las advertencias; lo que naturalmente enardece a los jóvenes cuerpos que sacuden al monigote por los aires.
   Por fin suena el timbre. Tito da una señal; Lu y Ma dejan esa basura humana sobre el piso, junto al escritorio de pino y bajo el falso techo.
   Los estudiantes recogen sus pertenencias y salen precipitados a la libertad.


   Más tarde, la mujer del maestro de Lengua arde en cólera. Ha llegado no solo desaliñado, sino con una evidente rajadura en la chaqueta.
   Como es natural, esa noche tampoco obtendrá ningún tipo de favor. Pero no todo es malo, pues compartirá una vista deslumbrante de la luna con Teodoro Manrique, el pequeño schnauzer blanco.

jueves, 22 de noviembre de 2018

EL CASO DE LA SAL YODADA

   Un millonario de Nueva York, nacido y radicado en Portoviejo, sufrió un grave revés cuando, al sostener un frasco de sal para condimentar sus huevos matutinos, descubrió la palabra YODO.
   Una vez recuperado el dominio de sí mismo, pero no la tranquilidad, mandó llamar al comisario de su localidad quien, con mirada idiota y conteniendo una sonrisa a punto de explotar en los labios, únicamente intentó tranquilizarlo.
   Después de este lamentable episodio y de acudir a todas las instancias posibles, perdida la fe en la justicia y en el poder de las influencias, hizo algo que  nunca estuvo dentro de sus opciones.
   Depositó toda la fe en un par de detectives, famosos en los bajos fondos de la mitología urbana por desentrañar casos fabulosos como el ataque del Vergajo de San Blas, el misterio del Pitufo de la Alborada y tantos muchos otros.
   —Fui personalmente al supermercado para comprobarlo y desde ese día no he podido cerrar un ojo.
   Los agentes Calixto y Raúl apenas se movieron durante el relato. El más flaco anotaba en su libreta, mientras el gordo se secaba el sudor de la frente con el puño.
   —Sé perfectamente a lo que se refiere, Macsimbaña, todo esto es una conspiración mundial en contra de su buena fortuna —sentenció Calixto.
   Conversaron durante casi una hora; del complot BBQ que endulza las salsas saladas, del arroz plástico del célebre salón Hong, de las naranjas que antes eran más azuladas.
   Finalmente, después de dos largos días de averiguaciones y pesquisas, los detectives dieron claras muestras de su genialidad al exponer la incuestionable solución:
   —Primero, pase la sal por un colador de bronce, para ver si no hay otras substancias ajenas a la atmósfera. Luego, neutralice el yodo con su aliento. Sí, de esta forma, soplando de izquierda a derecha.
   Por este menester, el magnate compensó a los agentes con un par de metros cuadrados de manglar en la Boca. Ellos hubieran preferido dinero contante y sonante, pero tuvieron que aceptar lo que se les ofrecía. Después de todo, pronto terminaría la veda del cangrejo.

viernes, 16 de noviembre de 2018

LA BOINA

   Carlos usa una vieja boina que, de forma misteriosa, lo vuelve poeta frente a la opinión pública. Es natural, otros tienen cámaras, martillos, estetoscopios o escobas.

   Un día nuestro amigo pierde su preciado objeto. Impotente ante la posibilidad de hallarlo, balbucea, se arrastra por el piso, hace pataletas.
   Ahora es una cosa arrojada a la alfombra; algo así como una basura o como una idea jamás expuesta.

   ―¿Algo le pasa a Carlos?
   ―Creo que está enfermo.
   ―¿Quién?
   ―Carlos
   ―¿Qué Carlos?

   Prueba con un periódico; lo dobla hasta construir una gorrita de papel. Prueba con una gorra de visera amarilla. Prueba con una bolsa para compras y, más tarde, con una olla.

   Finalmente, Carlitos pierde la esperanza. Se arrima a la pared y la mancha con su difusa existencia.

martes, 13 de noviembre de 2018

EL TÍO


   Cada vacación iba a visitar al tío. Vivía al otro lado del mundo, por lo que debía viajar un día entero. 
   Aquella ciudad era muy distinta a mi pueblo. En Hua todas las casas eran pequeñas, mientras que allá había torres. En Hua apenas había carros, mientras que allá atravesaban las calles coches multicolores. En Hua la mayoría de gente eran pescadores, negros y negras bellos y fieros; mientras que donde vivía el tío había chinos, blancos, barbados y sin barba, muchachas y muchachos para todos los gustos; pero, casi siempre, perdidos en sus pensamientos. 


   El tío alquilaba un cuarto pequeño, pero ventilado, donde merendábamos, dormíamos y armábamos la mercadería. Durante el día, íbamos a su trabajo. Yo lo ayudaba a sacar la parrilla, que era como un cochecito más, y la llevábamos hasta su sitio en el parque.
   Todo el día el tío estaba envuelto en una nube salada; todo el día sonreía, ventilaba los carbones y volteaba los chuzos: esos manjares donde la carne asada se mezclaba con el plátano verde y maduro; y éste, a su vez, pactaba con las salchichas, la cebolla y el pimiento.
   La sonrisa del tío era una extensión más del parque, llena de algarabía y luces al atardecer. 



   Mis vacaciones eran muy felices junto a ese viejo que, alguna vez, besó el rostro de la abuela que nunca conocí. Y cuando me despedía para regresar a Hua, no podía evitar el llanto.
   Hasta pronto, decíamos.


   Cuando recibimos la inusual llamada, en el único teléfono del pueblo, mi madre se desató en un inconsolable canto.
   Yo era todavía chico para entender lo ocurrido. Por eso me imaginaba a la parrilla del tío entremezclada con los otros coches; y a él bailando la música de los colores que se funden como un arcoíris en el centro de la gran ciudad.

lunes, 12 de noviembre de 2018

EL HERMANO DE ROBERTO



¿Qué tiene tu amado sobre los demás amados, oh hermosísima entre todas las mujeres?; ¿qué hay en tu querido sobre los demás queridos para que así nos conjures que lo busquemos?

                                                                                                                          Cantares, V, 9





A Néstor


Para decir la verdad, la gente me considera un hombre repulsivo. Mi cabello es cerdoso, mi piel conserva las huellas de una batalla luchada contra el acné desde tiempos inmemoriales; odio afeitarme pero tengo una barba irregular, más poblada en la mejilla derecha; mis dientes se han amarillado con el tiempo pero no han perdido su forma retorcida; mi voz está afectada por la sinusitis y me obliga a emitir un pitido en cada exhalación. Quizá lo único gracioso en mí, es el caminado; nací con dismetría de las extremidades inferiores y eso, en conjunto con mi estatura (apenas alcanzo el hombro de una chica promedio), me ha condenado a una vida monástica.

Con respecto a las pretendientes de mi hermano, no me molestaban en absoluto. Todo lo contrario, hacía cuanto estaba a mi alcance para facilitar sus empeños. No me quitaba el sombrero, hablaba lo necesario y comía con la boca cerrada.

El único beneficio que sacaba, era la pizza de Buñuel. No tenía empacho en declarar mi fervor por ella. Y cuando llegaba el momento del postre, pedía siempre tiramisú. 

Por supuesto que con Samanta no fue la excepción. Me acodé frente a mi plato y apenas la miré. Al igual que todas, creía que yo no lo sabía. Incluso fingió que podía hacerme cargo de la cuenta. Sonreí, no pude evitarlo, y desdoblé uno de mis billetes. Es muy lista, pensé. Samanta fijó la vista en mis manos, que son lo único parecido a mi hermano, y estoy seguro que se daba ánimo.

Ese primer día, me habló de sus padres, terratenientes de no sé qué infernal pueblo perdido en la cordillera. Desglosó de forma detallada todos sus traumas infantiles. Acentuó su condición de vulnerabilidad, abanicándose con la servilleta y, como si fuera una maldita genio, hizo eso de tocarse el pelo. Aunque yo sabía que si me habló de su vida familiar y todas esas tonterías, era solo para introducir la pregunta esperada.

Respondí lo de siempre; era divertido hacerlo. Dije que Roberto, el famoso escritor de novelas eróticas, es mi hermano. Aquel que en los podios de intelectuales, resalta por su vehemencia y sus pechos fornidos, aquel que tiene la manía de tocarse el mentón con coquetería mientras de sus labios carnosos frota una voz melodiosa y firme. Roberto Marxxx, el mismo que rechazó las insinuaciones de la modelo Francis Moreta, solo porque en ese entonces salía con Rita Orbe y el escándalo hubiera sido inminente. En fin, le dije que ayer mismo le obsequié un nuevo lente para su cámara y lo ayudé a cambiar el neumático en la vía a Mindo a donde nos dirigíamos para fotografiar aves.

Los labios le temblaban. Su mirada se humedeció. Era la señal para sacar la foto de la billetera. Aquella donde se observa a dos bebés desnudos en una tina. Una araña y un bebé. Entonces, cuando ya brotaba la primera lágrima, me apresuré a darle la tarjeta. <<Puedes escribirle de mi parte>>, le dije. Samanta me abrazó, besó mi mejilla; y solo cuando se subía al andén y yo la observaba desde la acera de enfrente, cayó en la cuenta, se persignó y frotó sus manos con gel antibacterial. Asunto olvidado. Siempre era así.

Pero después de un par de días, por una razón extraña, me volvió a contactar. Eso era inédito y me intrigó mucho. La magia de mi hermano nunca había fallado. Alguna vez reconocí a una de aquellas chicas en el parque. Trotaba bamboleándose como una pantera, sonreía nerviosa a causa del orgasmo sostenido que todas se llevarían a la tumba. 

Nos citamos por segunda ocasión. Esta vez, algo me había hecho seleccionar una cafetería barata. Cuando Samanta apareció, estaba lejos de la imagen de una felina. Parecía haber trasnochado desde nuestro último encuentro. Las manos le temblaban y me miraba como a través de una nube. Atrapó mi mano que en ese momento rascaba una de esas roñas que durante cada verano me proliferan. <<No contesta mis llamadas>>, dijo intentando respirar. 

Sonreí, era inevitable. Un par de horas después, sus lamentos, el relato sobre el despido de la oficina, el recorte de una fotografía que extrajo de su brasier, me hicieron fruncir el rostro.

Ese mismo instante saqué el móvil y marqué a Roberto, cuya voz tranquila la descompuso más. Se hundió en la silla. <<Quiero presentarte a alguien>>, dije y ella parecía a punto de desmayar. Le pasé el aparato y se quedó de piedra mientras desde el otro lado, la voz de mi hermano sonaba inmutable hasta perderse en el tono de la línea. 

Lloró como una niña. Hizo pataletas, apenas pudo sostenerse cuando su cuerpo menudo rebotó en el suelo y su cabeza chocó varias veces contra las patas de la silla. <<Lo amo tanto>>, dijo. 

De la impresión que me causó, mi voz se enturbió aún más. Empecé a sudar con ese olor a pez que tanto ahuyenta a la gente. Se afirmó a mis rodillas y tuve que explicar al camarero, al dependiente de la caja, al policía que no tardó en llegar, que yo no le había hecho nada.

Esa misma noche, ya en el departamento, se lo conté todo a Roberto. Casi se ahoga de la risa, cosa que me tranquilizó e hizo ver la situación como una anécdota de la que pronto nos regocijaríamos en un coctel.

Nada más alejado de la realidad. No cesaron las llamadas; en la oficina, mientras meaba, a las tres de la mañana; y siempre decía lo mismo: <<discúlpame con Roberto y mándale besitos de mi parte>>. Pero eso a mi hermano le parecía natural, estaba convencido de que no podía tributársele un empeño menor.

Se me ocurrió una idea genial, lo mejor sería concertar una cita entre mi hermano y su pretendiente. No hacía falta persuadirlo pero, de todos modos, le dije que era una flaca jugosa de senos de durazno y muchas otras idioteces.

Logré que aquella tarde se vista con la leva caqui, hice reservaciones en el restaurante del Hilton; pero Samanta jamás apareció. Solo más tarde, en medio de un sueño inquieto descolgué el tubo y escuché su voz: <<discúlpame con él y mándale besitos de mi parte>>.

Una mañana no pude más, pedí permiso en la empresa (ellos se alegraron de librarse de mí aunque sea un par de horas), acudí a la policía e intenté poner una denuncia. <<Una mujer me llama a cada rato>>. El agente Manso, una bola de grasa, me dijo que si el acosado era mi hermano, debía denunciarlo personalmente. <<Pero es a mí a quien llama>>, sus carcajadas resonaron en el edificio. Decidí tirarme un pedo como venganza y me largué.

Una sorpresa me esperaba en el parqueadero. Estaba casi desnuda. Es decir, vestida apenas con una bata floreada y transparente. El agente Manso y el verano habían hecho lo suyo con mi mucosa intestinal. Aun así, me dejé arrastrar un par de cuadras hasta la pizzería Buñuel. Ni siquiera atendí las burlas que la gente nos hacía por la acera. No soltaba mi mano, que acariciaba con fuerza. Al sentarse frente a mí, pareció atravesada por un lapso de lucidez, que la hizo soltarme con el mismo asco de siempre.

Entre los dientes del tenedor, en la servilleta doblada, en la persiana que daba a la avenida, pude apenas atisbar la tranquilidad de tantas otras ocasiones. Pero la primera mordida a mi pieza de pizza, me dejó un sabor amargo en la lengua. Entonces tuve la certeza de que lo mejor sería ganar tiempo.

Con la mayor naturalidad posible, me introduje la uña mugrosa en una de mis fosas; hurgué lo más hondo que pude. Extraje un moco amarillo y con la fortuna de estar sanguinolento. Lo amasé frente a sus ojos poniendo en ello toda mi concentración. Cuando fue una bolita compacta, lo pegué en un pepperoni que me zampé en una gloriosa mordida. 

Habría que escribir una crónica sobre su rostro. Un poema sobre su náusea. Una canción sobre sus arcadas. Solté la última carcajada; no pude evitarlo. 

Mientras se bañaba en sus jugos gástricos ayudada por el mesero, eché a correr. 

Atravesé la avenida, el parque La Carolina y el centro comercial. Sentía a cada paso su presencia haciéndome sombra. Me encaminé al departamento. Sabía que Roberto no se encontraba. Mientras esperaba la aparición de su silueta detrás de la puerta, calibré el sable. Me recosté en la cama con mis largos dedos entrecruzados sobre el arma y, como buen monje, me puse a orar.

sábado, 3 de noviembre de 2018

LA CHUECA




era chueca
y cuando te hablaba
una de sus pupilas se perdía en la calle

era casi una araña aplastada
pero eso sí
cuando se lanzaba al amor
se convertía en luna
y no había demonio
que no se conmoviera

era chueca
pero su lengua
se te enmarañaba para siempre

porque era derecha en el vivir
derecha sin que haya duda de sus desvíos

era chueca de nacimiento
pero con sus manos de rama seca
amasó mi cuerpo
en el perfecto gesto de la vida

martes, 23 de octubre de 2018

SEGUIR PASOS

    Nos conocimos durante aquella crisis económica que hizo migrar a más de dos millones de compatriotas. Yo vendía viejos mamotretos de la biblioteca paterna en una franela tendida en la plaza de Santo Domingo. Él se dedicaba a seguir pasos. 


          A veces, solía quedarse largo rato leyendo mi mercadería. 

    ―Ese es un ejemplar de los Diálogos Socráticos impreso en España antes de la Guerra Civil y con tapa de cuero. 

            Jamás compró nada, pero aprendió algunos datos de filosofía que solía repetir como un autómata; rumió la obra de Séneca, de Homero y tantos otros nombres que admiraba mi viejo. 

       A veces venía a la hora de la comida y compartíamos un plato de papas con cuero que comía con cierto refinamiento extraño en un vago de su tipo. 

            No solo era extrañamente refinado, Bolívar Cantos siempre vestía impecable. Ahora me sorprende recordar que llevaba los zapatos relucientes; sin embargo, había en él cierta dosis de abandono indefinible. 

            Un día me dijo: 

         ―He seguido a muchas gentes. Ayer mismo, seguí a una morena preciosa que cogió un bús hasta la estación de la Flota Imbabura y de allí se subió en un interprovincial rumbo a Guayaquil. Nunca más la he de volveré a ver ―había, en su forma de contar las cosas, algo similar a la tristeza. 

         Parecía ser un filósofo de acera; muy distinto a esos otros que pregonan el reino eterno o que hablan sobre el absurdo de la existencia. 

           Otro día me dijo: 

        ―Hoy seguí un perro; me gustaba mucho. Era sucio y pura mota. Olfateaba todo a su paso. Un hombre lo pateó en la Marín y el perro corrió hacia el Panecillo; no dejó de correr y, después de varios minutos, ya no lo vi ―se secaba la frente y ventilaba su chaqueta. 

      Lo detestable en Bolívar Cantos eran sus evidentes contradicciones. Leía a Marx y hablaba con cierto deje idiota, coloquial y pronunciando mal las palabras; era francamente apuesto y las mujeres lo rechazaban; pero su mayor conflicto se me develaría el último día. 

         Era de esos mediodías intensos donde solo da ganas de llorar para refrescar el rostro de tanta plaza desierta. Llegó como siempre, de soslayo, mirando todo menos el camino. Pisó una esquina de la franela y tomó el último volumen de Las mil y una noches

            Finalmente habló: 

        ―Seguí a un peladito; hermoso, de largas piernas y pelo desordenado. Entró en una tienda y cuando lo perdí de vista, se murió. Tú, en cambio, siempre estás vivo. 

       A los pocos días, avalanchas de gente se volcaron al centro de la ciudad. Cerraron la plaza y perdí casi toda mi mercadería. 

        Fui apresado y, cuando me soltaron, nunca más regresé. 



           Después de aquel suceso, he visto a Bolívar ocasionalmente; a veces lo entrevistan en la televisión, habla con vehemencia de criminalística, de huellas dactilares y desaparecidos; a veces también habla, aunque esta vez más bien con indiferencia, de política exterior y medidas económicas.

lunes, 22 de octubre de 2018

EL CERDO


    —Deberías agradecer que no te hundo —dijo el Cerdo mientras hacía tintinear todo el oro de su cuello. La Institución te brindó una oportunidad y vos no supiste aprovechar. Acá tengo las pruebas. Estoy seguro que te darán por lo menos cinco años —continuó mientras chocaba el enchapado de su zapato contra el mármol impoluto de la Administración. Se ha seguido el debido proceso. Eres todavía joven; hazle un favor a la Institución y háztelo vos mismo —aconsejó detrás de sus anteojos dorados, hurgándose la nariz con su dedo repleto de anillos. Yo tengo autoridad para joderte. Puedo hacerte mierda en un plisplás —explicó, frotando las posaderas contra su trono. Entonces vos decides, firmas o ahora mismo conjuro con mi pluma a la Justicia —sentenció el Cerdo. Yo no me ando con tonterías; averigua quién fue Sir Tomatón Bruchlonclown Mamón y sabrás cómo fui formado —aclaró con movimientos plácidos; masturbándose la lengua, el dedo, la espalda (y hasta el alma) con sus palabras. Cuento hasta cinco; si no agarras el bolígrafo, sabrás lo que es bueno. Muy bien. Por fin tomaste conciencia, por fin te llega el entendimiento —dijo satisfecho, tomando la hoja y colocándola sobre el legajo.

      Santo Cerdo, apenas sonriente, completamente mítico. Todavía te veo desde mi acolchado sepulcro: detrás del marco de la ventana, eclipsando el día.

domingo, 21 de octubre de 2018

AVES DE PESO

GUION 


Título: AVES DE PESO 

Tiempo: 2 minutos 45 segundos

Tema: La influencia de un individuo en su contexto 

Hipótesis: ¿Puede un individuo influir en su contexto? 

Premisa: Un individuo influye en su contexto. 


Personaje: Manu, el curioso. No es listo, pero es decidido. No presta atención a las críticas de los demás. No es constante. No es apasionado, pero va directo al grano. 

Historia: Un individuo, Manu el curioso, entra por primera vez a un gimnasio para descubrir el funcionamiento de las máquinas. Dos deportistas se divierten con su torpe actitud. Esta relación de extrañeza y burla frente a Manu, hace que inicien una interacción. Un día, Manu no regresa a la hora de siempre, lo que descoloca a los deportistas que lo echan de menos. Manu, por su lado, ha decidido aprender otra disciplina.




“AVES DE PESO” 

ESC. 1. INT. DÍA. GIMNASIO 

El salón es un gimnasio común. Dos hombres, X (40) y Y (45), se ejercitan, cada quien por su lado. X, parado a la izquierda, utiliza con precisión y esfuerzo una mancuernilla. Y ejercita su pecho en una presa. MANU (30), un hombre escuálido y soso, ingresa al establecimiento. Deja su toalla en una banca. Examina las máquinas. Se sienta y toma con torpeza una mancuerna. X y Y apenas lo ven. 

ESC. 2. INT. DÍA. GIMNASIO 

Un reloj en la pared del gimnasio marca las diez. X se ejercita con una barra de gran peso y realiza mucho esfuerzo. Y está en la banca, utiliza una mancuerna para trabajar sus bíceps. Manu ingresa al establecimiento. Deja su toalla en la banca. X sonríe y mira con complicidad a Y, éste responde de la misma manera. Manu toma la mancuerna con dificultad. 

ESC. 3. INT. DÍA. GIMNASIO 

X está acostado en la banca, haciendo pecho con la barra. Y está en la cabecera ayudando a X con el ejercicio. Manu entra en el establecimiento, deja la toalla en la banca, toma con dificultad la mancuerna. X deja el ejercicio y se incorpora en la banca, sonríe. Y camina unos pasos y se acomoda junto a X con expresión burlona. X codea a Y y sonríen. 

ESC. 4. INT. DÍA. GIMNASIO 

El reloj del salón marca las once. X deja unas mancuernas en el piso y se pasea de un lado a otro. Y está sentado en la presa, mira a la banca donde Manu solía dejar la toalla. X se sienta en el piso, inclina la cabeza. Y se incorpora, mira a X y se sienta junto a Y. Y consuela a X. Y toma una de las barras e imita a Manu en su torpeza al usarlas. X se sonríe. 

ESC. 1. INT. DÍA. SALA DE AJEDREZ 

La sala de ajedrez tiene cuatro mesas con sus respectivos tableros. Dos muchachas están en una de ella, concentradas en una partida. A mueve un caballo y mira desafiante a B. B se muerde un labio y mueve una torre. Manu, un hombre escuálido y soso, ocupa la mesa vacía de junto. Saca su reloj y lo coloca junto al tablero. Saca las fichas y las observa con curiosidad. Toma un caballo y lo hace pasear de forma ridícula por el tablero. A mira a Manu de soslayo. B sonríe.








viernes, 28 de septiembre de 2018

EMPLEARSE

1.


-Déjeme ver... Sí... Muy bien... Más de dos años en el colegio Búlgaro, casi tres en el Verde... Debe saber que el trabajo en esta institución es muy demandante. Usted dará clases de primero de básica a tercero de bachillerato. Pero tenga en cuenta que somos una institución pequeña; en la mayoría de aulas tenemos uno o dos alumnos. 


-Ya veo.


-Por otro lado, la Unidad Educativa Pajaritos a Volar utiliza la metodología Cheese que es una nueva forma de concebir la educación. Fue desarrollada por nuestro rector y fundador, Doctor Remigio Quevedo. Usted solo siga los textos escolares y ya tiene resuelta la mitad de su trabajo.

-Bien...

-Finalmente, trabajamos con prestación de servicios profesionales. Docientos dólares mensuales. ¿Qué opina de empezar ahora mismo?


2.

-Señor, el Doctor está en hora de almuerzo.

-Quizá hay un error, el señor vicerrector me dijo que me podía atender hasta la una. Son las doce y catorce. Tomé taxi para llegar lo más pronto posible.

-Lo lamento, ya salió a almorzar. Pero me dice que deje nomás su carpeta que ya le han de llamar si lo seleccionan. Cualquier cosita le estaré comunicando.


3.

-¿Es usted el profesor con el que hablé ayer por teléfono?


-Sí, el mismo; mucho gusto. Aquí está mi hoja de vida.

-Verá, no le voy a hacer perder el tiempo. Si hubiera sabido que tenía el pelo largo no lo hubiera hecho venir. Disculpará nomás. La institución tiene la política de no contratar profesores fachosos. Sabrá entender...


4.

-Se acostumbrará. ¿Ha trabajado con adaptaciones curriculares?


-Pues sí; aunque, para ser honesto, no tengo tanta experiencia en ello.

-Pues aquí aprenderá. Este es el colegio de la inclusión, educamos con asertividad y nuestro lema es "mantener la estabilidad emocional".

-Suena interesante.

-Voy a ser sincero con usted. En esta institución tenemos muchísimos casos de adaptaciones; el ochenta por ciento de nuestra población estudiantil sufre de alguna condición especial: trastorno de identidad disociativo, esquizofrenia, mutismo selectivo, dislexia, trastorno obsesivo compulsivo, síndrome de lima, trastorno antisocial de la personalidad y muchos otros más. Los maestros que trabajan con nosotros son héroes. Ahora, míreme y responda, ¿quiere usted ser un héroe?


5. 


-Disculpe, señor; en la Unidad Educativa Santa María de la Divida Gracia y Perpetuo Socorro, la planta docente está íntegramente conformada por mujeres. Es usted un hombre joven y queremos evitar cualquier problema.



6.

-Verá, le puedo esperar hasta el martes. Hágase un préstamo y esos cuatro mil dólares los recupera en unos meses con su sueldo asegurado en el colegio municipal de su preferencia. Si quiere le muestro ahora mismo el catálogo y lo deja separando con una pequeña cuota.


7. 

-Esta es una fundación sin fines de lucro. Trabajamos con niños y niñas vulnerables. El horario es bastante extendido. Hay días que laboramos desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche; otros, serán nocturnos, de siete de la noche a siete de la mañana. Necesitamos gente comprometida. Pagamos el sueldo básico pero desde el tercer mes damos a nuestros empleados un seguro dental con cobertura a nivel nacional. ¿Desea usted participar en el proceso de selección?

viernes, 13 de julio de 2018

CINTAS

De imprevisto, el diluvio me agarró por el cuello y se dispersó hasta las uñas del pie. Había esperado a la Hippie por más de media hora. 


Caminé con la confianza empapada. Ningún portón podía resguardarme por mucho tiempo, así que ingresé al primer establecimiento que encontré. 

Era un local de techo alto, mármol en el piso y en las paredes, de mármol las repisas y acaso también el dependiente, un viejo que se descongeló al verme. 

―Bienvenido ―dijo con exageración; y solo le faltó la sentencia del guardián de la gruta dormido hace dos mil años. 

Dejé a mi paso un charco lodoso; avergonzado, me volví hacia la puerta. 

―¡No se preocupe! Deme su chaqueta. En un instante le daré una toalla. 

―¡Lo lamento! La verdad, no vine a comprar nada. 

Miré al rededor. Sobre los mostradores había tiras de cintas, carretes, serpientes zigzagueantes. 

El viejo no pareció escucharme y, sin dejar su sonrisa alienada, preguntó: 

―¿Quiere un café? 

Amontonó sobre el mostrador los curiosos objetos, colocó una tetera y dos tazas. Derramó sobre ellas un café muy negro y el ambiente se llenó del aroma que me obligó a beber mi primer trago. 

―Es arábigo, pero se cultiva en Tres Ríos. 

Una sensación de bienestar, una tranquilidad falsa pero necesaria se apoderó de mí. Sin embargo, por un instante pensé en el truco, la trampa, los ejes cilíndricos de la ratonera. 

―Hace muchos años esta tienda era muy concurrida, pero ya serán más de doce que no teníamos una visita. 

Esperaba que dijese que vendía sueños: <<ofrezco esperanzas a la medida. Y por tratarse de una fecha tan especial (nada más y nada menos que el diluvio que arrasará la civilización humana), se te concederá la gracia de un único deseo>>. Nada más alejado de la realidad. 

―Vendo cintas de máquinas de escribir. Las tengo de todas las marcas, las tengo originales y chinas, nuevas y reusadas. 

Levantó frente a mis ojos una cinta de dos colores; noté que estaba repleta de letras sobrepuestas. Mientras me secaba con una toallita que acababa de darme, pude descifrar algunas palabras como: regazo, melancolía, azul, perro, y otras tantas como se pueda imaginar. Combinándolas contaban el evangelio o era una carta a la prima Francisca en la ciudad de Alajuela. 

―Esta que ves aquí perteneció al escritor Manuel Cañijo Loor. ¿Has leído sus libros? Pues deberías hacerlo, no hay nada mejor para los tiempos libres, para la tristeza o para la lluvia. 

Me mostró muchas más, hasta que se acabó mi cuarta taza de café. La lluvia había cesado. 

Tomé mi abrigo y me disponía a marchar, no sin antes agradecer la extraña amabilidad; pero me encontré con los ojos vidriosos del viejo. 





―¡Esa! ―dije― La del poeta de la naturaleza. 

Me la envolvió contento y, desde el otro lado de su aparador de mármol, me dijo adiós con la mano. 

Había pagado con mi único billete; el presupuesto para comprar dos entradas de cine y una bolsa de palomitas de maíz para la Hippie. 

Caminé unas cuadras. En la esquina de avenida 10 y 31, un grave pitido me sacó del ensueño. Era ella desde la cabina de su auto. 

Bajé el rostro y seguí de largo.

ÉXTASIS

   Siempre presenta al bicho como huérfano. Luego, como pude comprobarlo, te sentará en el salón y ofrecerá esa viruta que parece ser lo único de lo que se alimentan. 


   Todomeo arrugará el morro.


   ―Es solo un amigo, bebé. Ya te he dicho que debes aprender a compartir. 

   De seguro sabes que es la viuda de un sargento de la policía, recordado por su cara de perro y su disciplina. Todas las madrugadas, antes de salir el sol, trotaba por el barrio y, al pasar, dejaba una estela de vapor. Por ello lo conocíamos como el Sargento Locomotora. 

   Después de comer esa basura, mezcla de harina de pescado y sal, siempre se hace un silencio incómodo, que solo romperá un chillido de Todomeo.

   Es apenas el principio de un largo protocolo que, de ser cauto, desembocará en el momento deseado. 

   ―El bebé quiere jugar en los alcornoques ―te dirá refiriéndose al jardín. Lo cargará y llevará en dirección a la puerta trasera. 

   Y mientras él renguea de un lado a otro, escarba la tierra o trata de alcanzar los limones; ella te contará, en el mismo discurso invariable, su triste historia: 

   ―Fue una verdadera tragedia: el Terry regresó de hacer deporte… hacía poco que el bebé había llegado a nuestras vidas… era Navidad y armamos un árbol precioso… el bebé siempre ha sido muy travieso… uno de los cables… el fuego… 

   Suspirará. Mirará amorosamente a Todomeo y soltará dos o tres quejidos. 

   ―Dio su vida por él. 

   Entonces deberás ser cauto. Esperarás hasta que se seque las lágrimas y, solo en ese momento, tomarás con suavidad su mano izquierda. 

   ―Fue muy duro para todos. El bebé todavía está en tratamiento psicológico. A veces, por las noches, se despierta exaltado. Debo mecerlo muy despacio hasta que los dos nos tranquilicemos. 

   Para cuando Todomeo, cansado, se eche a la sombra del capulí, será necesario que beses su mano. Ojo, solo un pequeño roce. 

   ―¿Tienes sed, mi niño? 

   En ese momento te precipitarás a la cocina y llenarás dos cántaros. Pero deberás ofrecérselo lentamente, sosteniendo su mirada salvaje. Y si lo llegara a aceptar, puedes respirar tranquilo; incluso sonreír satisfecho y volver inmediatamente junto a ella. 

   ―Se ha encariñado contigo, no a cualquiera le acepta algo, es desconfiadísimo. 

   Después Todomeo volverá a lo suyo: a saltar, escarbar y chillar como un diablo. 

   Ella, durante toda esta etapa, hablará de las cualidades del Sargento Locomotora, elevando de vez en cuando la voz: 

   ―¡Por ahí no, bebé; detrás está la calle! 

   ―¡Cuidado te caes, bebé; anda despacio! 

   Esos minutos parecen eternos pero, finalmente, Todomeo siempre cae exhausto. 

  Jamás debes intentar cargarlo, o ahí termina todo. Por el contrario, si la sigues a paso lento, verás cómo entra en su habitación y, después de más o menos treinta minutos, saldrá con el rostro reluciente. 

   A continuación, te invitará a la sala de los sillones de piel de vaca y estanterías repletas con las insignias y trofeos del difunto. Ahí, frente a su retrato de perro que asecha. 

  Sin embargo, no debes fijarte mucho en ello; llegado a este punto, no es momento de flaquear. Conviene mantener la calma; ella siempre se encarga del resto. 

  La noche se perderá entre sus gemidos, hasta desvanecerlos en el sueño del amanecer. 

   ¿Existe una gloria mayor? Si el propio Sargento Locomotora, desde su nicho en la pared, contempla todo con una extraña misericordia. 

   Escúchame, ella nunca se levanta hasta antes de las ocho. Lo que te da tiempo a pasear por las habitaciones, ir a la cocina y preparar café. Si eres rápido, incluso podrías tomar un baño. 

   Debes confiar en que Todomeo no tendrá una de sus crisis. Es más, lo escucharás deambular por la casa hasta llegar a la puerta y sacudirse gustoso. Vendrá salamero. 

   Entonces, como dicta la tradición, sucede la venganza al Sargento. Un soberano y lúcido puntapié en las costillas de la alimaña. 

   Que no te espanten sus chillidos, que no te intimiden sus ladridos. En ese momento, todos estarán hundidos en algún tipo de éxtasis.

martes, 26 de junio de 2018

PEDACITO

DESMEMBRACIÓN

así arranca dios un ave del racimo
el árbol apenas se lamenta
¿para qué?
una nube chiquita basta
para anularla
ya el viento que a todo acaricia
ríe sobre la inaugurada cosa

TESTIMONIO

yo la vi
azul o verde
del tamaño de un fréjol

a veces
sobre todo al anochecer:
silbido

EPITAFIO

tanta pena
para nadie

sábado, 2 de junio de 2018

PLAZA

Los árboles sueñan con el día final
Los motiva el grito del predicador
El triste bostezo de los viejos
La inútil risa de los lustrabotas

La lluvia es una enfermedad
Contraída por la ciudad desde chica
A veces leve como canto
A veces dolorosa como la muerte
Pero el canto y el dolor
Sobre todo el dolor
Son síntomas de vida

Se escucha un motor:
Gente desbordada por la plaza
Lluvia en los impermeables
Hábito ajado del monje
Movimiento circular
      Inútil
      Eterno

No se escucha la esperanza
Solo el triste destino de la nada
Pero la nada no se anuncia
Se esconde en el árbol de la tristeza

domingo, 6 de mayo de 2018

YESCA

Hay quienes aman
La camisa pegada al alma
El chasquido del tejado
Del árbol
Del paso por el zaguán
Algo acecha entre la hiedra
Un pájaro araña
Guarecido de algún cadáver
Que corre por la canaleta
Soy Humphrey Bogart
Alguna confesión se enreda en la pared
Y gotea sobre mis zapatos
El último humo de un acto
Vital y canalla
Llora sobre mi mano
Otrora motor del molino
Acariciadora de pechos
Soy un bicho
Anegado en las dudas
No mías, ni siquiera de mi talla
Desperdiciadas con tanta parafernalia
Y verbo
Hasta que el sol
Nos convierta en yesca

DESTINO

Debo creer en un verde
Tan intensamente como en dios
Con tanta certeza rompe costillas
Que mi propia mano
Enclenque tendrá la magestuosidad
De una esmeralda
Acaso con la fe
Se puede exhumar
En la nariz más simple
La mayor de las joyas

Papagayo, no huyas de mí
Yo te invoco
Con este mantra infalible
Que me enseñó una madrugada
Aprovechable
Tan verde y pura
Como mis manos

Yo te invocó, verso
Bucólico, exótico deseo de Ser
Nube tóxica cobijando
Mi pequeño mundo

Repite mil veces
No te necesito
Tú me necesitas a mí
Y el trabajo, el bosque último
Vendrá solo, solito
Implorando vida

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...