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martes, 4 de junio de 2024

EEA 7

 El amor

El pequeño amor

Sé constriñe

Frente al dolor

Ya no se puede mendigar abrazos en la calle

Te miran detrás de las ventanas

Con sana desconfianza

Ni el traje

Que llevé el día de mi separación

Ese que aguanta todo mi rincón

En las iglesias y cafés

Ni siquiera él me libra del desasosiego

Mejor hundirme en los bolsillos

Mejor perderme entre el humo del último cigarrillo

Acaso la última exhalación

Y mirar las canaletas

Donde ya no hay barquitos de papel

Rumbo a la alegría

De la nada

jueves, 23 de mayo de 2024

EEA 6

 Hay algo dulce en la tristeza

Tomo los caminos menos concurridos

Pienso en todo eso que me agobia

El temor de ser mal hombre

Mal padre

Terrible hijo

¿Qué saco pensando en mi tragedia?

Solo el elixir dulce 

Que me entrega la aflicción 

Y pienso en todas aquellas mujeres 

Que iban conmigo de la mano

Me quema el frío de saberme solo 

Pero me hundo 

Cual marinero

En el océano de mi dolor

Sabiendo que es mi destino

Y como el capitán Ahab

Estoy dispuesto a perder mi humanidad

Con el único sinsentido de soñar 

martes, 21 de mayo de 2024

EEA 5

 Hambre

Ya no hay versos profundos 

Las palabras caen

No sé dónde 

Y un cuerpo 

Que un día me cobijó

Como piel de lobo

Donde amamantaba 

También callo

También cayó 

Qué hacer con mis tripas líricas 

El poeta que era 

Yace devorado 

No sé dónde 

Aquel que me rellenaba

Como un esqueleto 

De amor y tristeza

Aquella tripa

Que movía el arte 


Hambre digo señores

Alguien 

Por amor a dios

Que me regale un poema

sábado, 11 de mayo de 2024

EEA 4

Un hombre llora

Mojando sus mocasines en la canaleta 

No llueve

Pero de algún sitio brota un líquido azulado

A quién le importa

Por qué llora el hombre 

Y el origen del agua azul

Huele a viejo y a pescado

Pero el hombre es joven

Y el agua azulada deja ver el esqueleto de la canaleta 

Todos los días baja en dirección a la parada de autobús 

Pero desde hace tiempo que no transita nadie 

Solo el rostro empapado

Y el riachuelo que al rodar se ríe

¿Se ríe del hombre?

¿Llora el hombre por la absurda corriente?

En algún sitio alguien llora

Y dentro del hombre hay recuerdos jocosos

Se le asoman por la nariz

Pero solo hay agua azul vieja

Y un pescador que se frota las manos

Monotonía

Que algo ha de valer 

Dentro del poema

Donde el hombre que llora espera un autobús

Que jamás llegará

Deberá subir chapoteando de regreso a  la nada

Mojando sus mocasines

En un río

Apenas charco de tiempo

jueves, 9 de mayo de 2024

EEA 3

7 gotas de clonazepan

Olvido

Ausencia de querer

Ni siquiera ganas de amor propio

Tan solo desenvolver un par de palabras

Hasta que la memoria de desvanezca

Y qué importa si no despierto 

7 gotas que reemplazan todos los besos recibidos

Ya no me remiten a la montaña sagrada 

Al abrazo frente al río 

Al loco fundirse sobre la alfombra 

Ya mismo caen los párpados

Estaré ausente del mundo

Qué sabré de deudas y desamores

Bajas pasiones que se las lleva el clonazepan

Como lágrimas que ruedan en el rostro de la virgen

Mientras Cristo

Ya cosa

Se ha perdido en la Nada

No hay penas con el clonazepan

Recomendado para los demasiado vivos

Los cuerpos son muñequitos 

Que se doblan sobre la calle 

Esponjitas que absorben el aire y el agua que a veces uno encuentra en el camino

Ya no se extraña

Mi cuerpo erecto es un mal sueño

Hundido en el clonazepan

Eso era

Solo erección

Y hoy 7 gotita bajo la lengua 

Besos dulces y mentolados

Que se quedan atrás en el único camino

No hay retorno al amor 

Quién puede amar a una esponja 

Que se dobla mientras camina

Y desenreda unas palabras que no dicen nada 

A quién le importarán mis labores

La voz proyectada a unos oídos que nunca quisieron escucharme 

A quién el café y los cigarrillos en donde caían sobre mis gotas unos labios 

A quién la lotería las raspaditas y el macchiato

Esos libros empolvados 

Que solo alteran mi alergia 

Los relojes guardados

Terminará mi deuda en medio del sueño pesado 

Terminarán tantos nombres que me herían

El cariño malsano

El vicio de caminar aplastando tu pecho

La nada con olor a rosas 

Que también se perderá

7 gotita y a ser feliz 

Porque eso somos 

Líquidos mezquinos que nos hacen llorar

Nada más que un laboratorio de recuerdos 

Como la casa en la Floresta 

Y el pasillo que daba a la sala Demetrio Aguilera Malta

Y más allá 

La bodega del estacionamiento

Nada bendita

7 gotitas de olvido

Disfunción erectil

Glúteos que ya no dicen nada

Recuerdos aplazados 

Más allá del sueño


martes, 7 de mayo de 2024

EEA 2

Música del cielo

De alguna parte conocida hace tiempo 

Música de recuerdos a través de mis huesos 

La piel cubre el miedo

¿Tengo ojos?

Lo que miro está más allá de esa voz

Que me repite: algunas noches vale la pena morir

Muerto estoy en recuerdos 

Miro y no miro

Un cuerpo pequeño

Cuerpecito de muñeca poseída 

De amor musical

El calor también viene del recuerdo

De mi muerte prematura frente a un café 

Pobre de mí 

Estampa estereotípica

De poeta que captura tu cuerpo

A través de la música 

Última luz al final del túnel de mi piel

¿Estoy vivo en alguna parte?

Tiembla levemente tu memoria 

Al recordar mi silencio

Pobre de nosotros

No solo es el tiempo el villano

Está la música que se apaga lentamente 

Y deja el vacio

Ni un te amo

Qué va

Qué va a pasar después de la muerte 

En tu pequeña memoria de gata 

Morenita como el café 

Cafecito amargo y frío 

Gatita que salta desde mi rodilla imaginaria 

Hacia un jardín bello 

Bellísimo

Más real que yo


martes, 23 de abril de 2024

EEA 1

Chupo la canilla

Bebo la sangre del manglar

Salada y terrosa

A través del cilindro

Me doy un poco de vida

Un segundo o dos

No lo sé

Chupo aquel recuerdo

Esas manos de dedos enmarañados

La acuosidad de dos cueros

Colgados en el cordel

De mi frágil forma de amar

Y una gota de sudor

Que se esconde en el suelo

Y yo la chupo por la canilla

Mientras se me acalambra el cuerpo

Tantas cosas que detesto una vez más

El sol que quema

Las pieles brillosas

Chocando cual canicas una vez más

El sol detestable

Los diminutivos con que me irritaron

Las voces que solo eran cuerpos chocando

Y yo los chupo

Para que mi cuerpo se ingeste

De rezos palabras empalagosas

Y sal cayendo como en un reloj de arena

Sobre mi lengua

Que poco sabe ya de las palabras

Detrás del juego infaltil

Y el sudor goteando

Por la frente pulida de un recuerdo

Madre mía padre mío hermanos míos

Alaridos distantes

Que chupo a través de una inmensa canilla

Cómo el sistema circulatorio de la ciudad

Donde detesté a tanta gente

Que se cruzaba con mi mirada

Y era capaz de abrazarlos y llorar

Como dos tambores que chocan

Y cae el ritmo

Perdiéndose en mi árida memoria

De donde lo saco

Por medio de la vida para convertirla en palabra

Los cangrejos sueñan tranquilos

Cobijados en medio del manglar

Duermen al ritmo de la vida

Hasta que de pronto alguien

Alguna cosa que se cree recuerdo

Los eyecta a la palabra

Unos dedos enmarañados

Que acarician lo que detesto

Lenguas como nubes

Últimos testigos de la vida

Tambores y tenazas

Por cuyo ritmo ocurren las palabras

Besos entre dos perros rabiosos

A través de la canilla

Hacia la existencia de los sabores

Locura de la vida

Vida siendo absorvida a través del olvido hacia la muerte

Canilla y tenaza

Sal y músculos

Pieles que gotean

Esperanzas

Dioses que detesto

Chupados y abrasados por la nada.

viernes, 10 de diciembre de 2021

vestido














y cada mañana me pongo el nombre
como cubriéndome con una camisa
o mejor todavía
                          como me acomodo a la costumbre de mis dos pies
al desandar la calle alguien me llama
esa voz ahora me transforma en un ser familiar
aquel tipo melancólico y huraño que compra pan

parece que no soy más que esas seis letras
o unos manchones en la lista del mercado
y mientras
miro al cielo
nombro el azul y las nubes celestiales
y recuerdo las veces que mi nombre también fue súplica
tedio 
         aversión 
                         y orgullo

viene a mi mente la imagen de esos labios
donde mi nombre se transmutó en deseo

miro por la ventanilla del autobús
las calles se pierden una vez más
sé que pronto Anibal deberá desembarcar
me angustia el enigma de mí mismo detrás de las palabras
         cómo usar estas manos
         cómo respirar
         cómo llorar fuera de su sombra

camisa prestada que tomé esta mañana
apenas desperté de lo innombrable
y que hoy 
                 acaso por última vez 
llevo conmigo
para depositarla en los ojos 

relucientes 

de mi hijo

miércoles, 8 de septiembre de 2021

MIÉRCOLES

Una palabra goteando 

Desde el dedo pardo de la maranta

En la cocina: 

El último susurro de café

Tres granos de dolor desgajándose en el suelo

El aleteo de una mosca sobre las cajas deshechas

Ni siquiera un verbo que me obligue a abandonar el sillón

Y detrás de la ventana, contemplar

El desfile fúnebre de otro vecino

Mi retrato desde la pared

Junto a unos días acaso jamás vividos

En el escritorio: 

                         Tarea acumulada

                         Deudas con la vida y con la muerte

                         Llamadas por responder

                         Besos que dar

La vida chorreando desde una mano vegetal

La última taza de algo levemente dulce

La mosca sobrevolándome:

                                           El presagio

viernes, 2 de julio de 2021

RECUERDOS DEL CINE: la sala Alfredo Pareja Diezcanseco

Llegué a la Cinemateca Nacional en el 2003 para solicitar una audiencia con el Director Ulises Estrella. Buscaba una entrevista televisiva que, por falta de talento persuasivo, nunca se concretó.

Antes de marcharme me obsequió un libro, Digo, mundo..., dos Cuadernos de la Cinemateca (que aún conservo como tesoros) y acaso el mejor de todos, una invitación.

¡Laura, dale al joven una tarjeta para el evento del miércoles!

Una mujer que tenía un característico mechón blanco y penetrantes ojos verdes, me la entregó.

No comprendía exactamente de qué se trataba; pero la información me llenó de expectativa:

LA CINEMATECA NACIONAL DE LA CASA DE LA CULTURA  Y LA EMBAJADA DE CUBA 
Invitan a la proyección de la película La bella del Alhambra, con la presencia del director Enrique Pineda Barnet.

Había leído, cuando pasaba por la Avenida Patria, la cartelera de la sala de cine sin animarme nunca a asistir. Era la primera vez que ingresaba por esa puerta del edificio de los espejos, hasta un lobby, rodeado de dos o tres fotografías de Alfredo Pareja, Benjamín Carrión y algún otro prócer de la cultura.

Había más gente esperando, sentados en mesas colocadas en la antesala, frente a una pequeña cafetería. Distinguí a Ulises Estrella, pero no me atreví a saludarlo porque conversaba animadamente con un hombre alto y canoso de acento caribeño. 

La película era melodramática y bella. El protagonista, un famoso galán de las telenovelas que veía mi madre y que por primera vez admiré. Me pareció increíble tener la oportunidad de escuchar a la persona que estaba detrás de ese acto de magia. Por eso, cuando se terminó la función, me quedé al conversatorio y, cuando concluyó este ultimo y había poca gente, me acerqué a saludar al cineasta. Uno se siente un poquito más importante al hablar con esas personas. Me dio su correo y cruzamos un par de correspondencias; las mías, empapadas de afectación y acaso de un sentimiento de inferioridad del que todavía no he podido librarme. Me compartió un libro muy bello Arca, nariz y alambre, pero nunca más respondió mis correos.

Yo continúe yendo a la Casa de la Cultura, casi todos los días. Mi madre pensaba que salía a buscar empleo; pero me paseaba por la exposición de pintura de turno, luego iba a la biblioteca y trataba de armar conversación a las universitarias que estaban solas y, más tarde, conversaba con la anciana que vendía cigarrillos en un quiosco a la puerta de la sala de cine. Me sentaba a fumar hasta que era hora de la película.

Mis tardes favoritas eran cuando había la invitación de alguna embajada y brindaban bocaditos y vino. Se establecía una alegre camaradería con otros asiduos y salía embriagado trastabillando hasta mi casa.

La sala Alfredo Pareja se convirtió durante un tiempo de mi vida en mi segundo hogar. Después la reemplacé por la universidad, por un cuerpo húmedo y ahora por los salones de clases, donde a veces trato de emular el recuerdo de esa magia; pero la mayoría de veces solo consigo que mis espectadores se duerman.

jueves, 29 de abril de 2021

RECUERDOS DEL CINE: El encuentro con Batman


Batman nunca fue tan genial como en esos tiempos; no importa que no haya tenido la tecnología actual.

Mi hermana y yo lo admirábamos. Sus figuras salían en cromos, tatuajes que nos pegábamos en los brazos y muñequitos coleccionables que los niños buscaban en medio de las chucherías.

Tenía ocho años cuando lo conocí. Le habíamos rogado por mucho tiempo a papá para que nos llevara a verlo.

Vivíamos muy lejos del centro de la ciudad (de hecho, eso que nosotros llamábamos “centro” era apenas la parte norte de la zona urbana). Era un recorrido que mi padre hacía todos los días; pero que para nosotros representaba una experiencia llena de sorpresas: las ciudadelas, los rótulos comerciales, a lo lejos la larga pista del aeropuerto (que solo conocí cuando décadas más tarde se convirtió en un parque público), el juego de contar pichirilos y, finamente, el peso de la impaciencia.

Una y otra vez: ¿Ya llegamos? Hasta escuchar el anuncio esperado. Los fierros sacudiéndose. Bajar con mucho cuidado. Mi padre en el centro, llevando un niño colgado de cada mano. El parque de la Carolina, con sus vendedores y deportistas, el sol enceguecedor y varias familias refugiándose al pie de los árboles. Un lugar inmenso donde había escuchado que un niño se puede perder; pero esta vez nada nos preocupaba, íbamos con papá a ver a Batman. Orgullosos, saltando de un adoquín a otro.

Mi hermana con un vestido ancho de color celeste, zapatos de charol y una diadema que le decoraba el cabello. Yo, con un overol, buzo y botines. Mi padre, con un pantalón de mezclilla azul, una camiseta con cuello, zapatos negros y lentes. El bolso de mano donde mamá nos había guardado unos plátanos y un termo con colada. Papá, un gigante en el centro, sujetándonos al cruzar la calle hasta llegar al teatro Benalcázar.

El umbral, la boletería. Una señora vendía papel higiénico para el baño y golosinas: canguil, chifles, arroz crocante, chocolates, refrescos, caramelos que no nos atrevimos a pedir, porque ya nos había prevenido que teníamos justo para las entradas; y además estábamos asombrados por los afiches. Un Batman de cartón a tamaño real. El póster negro de donde emergía la señal; el anuncio del peligro que debía enfrentar. Dos villanos a falta de uno.

La sala era un sitio asombroso: techos altísimos, un pasillo central rodeado de asientos y un altar; muy parecido al de la iglesia de mi barrio.

Todos gritamos cuando se hizo la perfecta oscuridad. Seguramente nos aferramos al brazo de papá. Hasta que, de pronto, se encendió el telón y apareció el famoso símbolo de la Warner Bros, que se fundió a un palacio gótico, donde un hombre elegante fumaba. Era el padre de un recién nacido; tan deforme y salvaje que decidieron arrojarlo a la alcantarilla. El Pingüino.

Seguro que durante todo ese tiempo apenas pestañeé. Escenas de acción, edificios enormes, diálogos que hoy herirían las susceptibilidades.

Ese día no solo conocí a Batman; también descubrí el rito de la contemplación cinematográfica que, al contrario de tantas otras cosas de mi vida, nunca perdió la magia.

sábado, 17 de abril de 2021

RECUERDOS DE MANABÍ: La casa de Horacio


Llegué sin querer a Portoviejo; como quien dice, llevado por el viento. Vendía poemitas para pagar el hospedaje, las bielas y la comida. Llegué contando las monedas a un hotel de madera, que crujía enterito cuando la guardiana, una vieja montuvia, daba un paso.

Desde la ventana del cuarto se veía la calle principal; el cielo me enceguecía. Hacía más calor que afuera. Las muchachas y los viejos sudaban, mientras se ocupaban de sus propias preocupaciones. Se escuchaba el sonido de mercaderes, risas y llantos; y, mientras la tarde iba cayendo, un aroma a pan y caña inundaba el ambiente.

-¡Aquí no hay mucho para hacer, niño! -dijo la vieja montuvia. -Pero sí puede conocer la casa del Poeta.

¿Quién dice que nadie es profeta en su tierra? Horacio, un anciano más alto de lo que imaginé, había sido docente, editor, historiador y teórico literario de Manabí; en su Casa recibió a Demetrio Aguilera Malta, Nelson Estupiñán Bass y a Benjamín Carrión, entre otros.

Llegué en noche de fiesta. Al ritmo de un bandoneón, una pareja se desplazaba entre las mesas dibujando figuras. Miradas apasionadas y labios al borde del beso. Aplausos, bocanadas de vino. Era el lanzamiento de la traducción al francés de su último poemario.

Me injerté en medio de la alegría y también bebí. Era inevitable que la gente se incomodara con mi presencia; todos eran amigos, gente notable de Portoviejo, y yo un sujeto con una camisa vieja. 

Cuando fue propicio y la música había acabado; cuando los discursos fueron apagados por la ovaciones y estas últimas naufragaron entre la risa de los grillos, me acerqué.

-La recuerdo perfectamente; era una muchacha brillante -me dijo.

Le resumí veinticinco años en unas pocas palabras. No tardé mucho en obsequiarle uno de los folletitos que yo mismo había armado, donde constaban mis lamentables versos, pero que en ese entonces ya había desgastado en el oído de los transeúntes, de los bañistas, de los estibadores y en un eufórico rito religioso que había llenado una plaza en Manta.

Él, acaso por reciprocidad, fue a buscar uno de sus libros, un compendio de memorias, poemas y fotografías, que me autografió, antes de invitarme a que lo acompañara a una de las mesas.

-Es un joven poeta, quiteño-manabita. -Me presentó. Lo recuerdo cansado; se frotaba el rostro y masajeaba los ojos vidriosos, sonreía al grupo que hablaba sobre política. Alguien soltó un chascarrillo y me alcanzó una explosión de carcajadas.

No podía quedarme mucho tiempo; era hora pico en la noche de cualquier ciudad. Estaba envalentonado y de tanto repetirlo ya me sabía de memoria mis propios lamentos. Pero esa vez hice algo diferente; en el primer lugar donde me permitieron declamar, leí un poema de Horacio, el que salió al azar; uno donde los potros se lamían la ternura. Estaba decidido; mordí un par de lóbulos y vendí casi toda la mercancía. La noche parecía larga; la vida también.

Años más tarde, vi la tristeza en los ojos de mi madre cuando le mostré el diario que anunciaba la muerte de su viejo amigo.

sábado, 2 de enero de 2021

EL CONVERSADOR

Podría decir algo esta página

si me propongo hablar sobre él:

siempre lo imaginaba en el interior de aquel café;

por eso me desviaba hacia la avenida Juan León Mera

ya que cuando me distinguía a través de los cristales

giraba la mariposa del recuerdo 

para que su existencia se derramara sobre mí

inundándome cuadras enteras.

Eso era peligroso porque no sé nadar 

y me cansaba de las brazadas que debía dar entre sus historias

acerca de una ciudad que jamás conocí.

Sonreía y su voz se perdía a lo largo de la canaleta.

Por eso, al imaginarlo por ahí, fingía apuro;

ya que siempre aparecía como el anuncio de un diluvio.


Hoy, después de tanto olvido,

lo encontré por primera vez en otro sitio.

La misma sonrisa

pero un inaudito silencio.

Leí tres veces su nombre y cerré el diario

consolándome al pensar que si algún día termina la peste 

detrás de la cual se marchó hablando necedades,

no tendría sentido recorrer la ciudad más que lo imprescindible.

Todo, hasta lo más horrible, esconde algún designio 

―me repetía, intentando comprenderlo.

martes, 5 de mayo de 2020

MIS MAESTROS 2

  Era un poeta laureado y cosmopolita. Había escuchado sobre él mucho antes de saborear su nombre desde los labios de Andrea. Pero yo, al ser discípulo del escritor Huilo Ruales, me negaba a aceptar que podía existir una obra mejor que Maldeojo.
   Luego en la universidad recordé las referencias de mi antigua compañera de bacanal, al ver ingresar al maestro al salón de clases.
   Miraba como un águila. Pero no se interesaba por otras presas que no fueran las muchachas carnosas que colgaban como duraznos por ahí.
   Sin duda era brillante; citaba de memoria las primeras líneas de algunas novelas que yo había querido leer durante aquellos años y quizá nunca lo hice. No solo eso, era un pensador cínico que no dejaba de gotear cierta ternura.
   Otro defecto suyo es que amaba caprichosamente. Por eso no soltaba a Borges de sus discursos amatorios, negándose a aceptar con pudor su evidente asexualidad. Y cuando analizábamos la literatura hispanoamericana se atascaba en la sensualidad de doña Bárbara.
   Sin duda, se lo juzgaba por malgastar las horas de cátedra en estas digresiones eróticas. Así como por un solemne narcisismo que lo llevó a narrar, con no menos intensidad que en sus mejores poemas, la historia de un amor imposible que lo había sumido en un abismo rimbaudiano.
   Recuerdo que un día vencí mi cobardía y le di un texto mío para que lo leyera. No estoy seguro de que en verdad lo haya hecho porque cuando me acerqué zalamero me dijo que le gustaban mi tono, ya que no era romántico o hablaba solo de amor como lo hacían mis condiscípulos.
   Me sentí defraudado de mí mismo. Yo sí me consideraba un poeta romántico. Pensaba: ojalá yo no fuera un seudopoetiso desamorado. Quería ser un amador profesional; amar como él amó la literatura y amó el amor y se amó así mismo. Amar desde la altura de una sensibilidad auténtica y universal como la suya.
   Tiempo después, llegó calvo y todos pensaron que estaba enfermo. En un autoamador como él resultaba increíble otra razón para tal vileza. Y quizá como pensaron que se iba a morir le hicieron un homenaje con algunos invitados de primera, amigos suyos de la crema y nata de la literatura nacional.
   Quiero terminar esta remembranza analizando el siguiente axioma que acaba de venir a mi mente: "solo podemos identificar a un auténtico maestro en función de un efectivo y verificable, aunque sea mínimo, intercambio epistemológico con su alumno". 
   Esta terrible frase se ejemplifica con la siguiente anécdota: tengo a bien jactarme de que gracias a mi sugerencia vimos una película que le encantó, Viva México de Eisenstein. Lo que elevó su pasión por el mentado país durante varias semanas; tanto que incluso escribió un poema sobre el tema.
   Como un niño entusiasmado por un nuevo juguete, se dejaba emocionar por el motivo poético de otro poeta.
   En conclusión, es uno de los pocos maestros auténticos que he tenido.

viernes, 1 de mayo de 2020

SÚPLICA


¿Qué encontraste, oh muchacho, 
en los campos de Castilla?
¿Qué en los libros de tus antecesores?
Pues yo los desbarato como polilla
y solo pierdo los dientes.
¿Qué en aquella muchacha
o aquel apuesto caballero?
Pues bellos como torres de nubes,
pues insidiosas como vicio,
he visto multiplicarse en mis calles.
Dime tu secreto, porque yo ya saboreé
el brebaje de la angustia
y como todo humano 
sentí el filo de la tristeza
sobre mis venas.
¿Dónde está el milagro del santito,
recuerdo de un cerezo
que adoraba la gente antes de que naciera dios?
Dime cómo logro
y a través de qué mirada
acariciar la estela
de alguna poesía.

domingo, 12 de abril de 2020

EL EXTRA


Primero lo arrincona contra las máquinas, después aprieta su cuello hasta que el retorcido cuerpo pierde el color; finalmente, le saca las vísceras con un puñal.

Recuerdo que cuando era niño me traumé con ésta, la primera escena de la película Sarge Billy, donde el misterioso Stink comienza una serie de asesinatos absurdos.
Yo siempre esperaba a papá con ansias y lo recibía apretándome contra sus rodillas. Mamá tenía caliente la merienda y lo besaba en la puerta.  Por eso, una de las cosas que más me atormentaba era pensar qué ocurrió cuando el infeliz no llegó a su hogar.

Solo hoy, después de veinte y tantos años, he encontrado satisfacción.

Al pasar por la avenida Madrid, llena de gente que se perdía como olas en el mar, lo he reconocido. Cruzaba un estacionamiento y entraba a un almacén.
Era él. Viejo, pero con esa irrepetible nariz aguileña y ojos melancólicos.
Lo miré tomar unos cigarrillos y dirigirse a la caja. Más tarde, seguí su estela de nicotina durante seis cuadras, hasta un edificio de multifamiliares. Saludó con la portera y se perdió en el ascensor.
En el trabajo me volvieron a regañar; esta vez por llegar tarde. Pero eso ya no importaba; por fin comprendí que la realidad es el caño amable de la ficción.

miércoles, 8 de abril de 2020

ROSA


Rosa dice el tatuaje
y se me antoja acariciar sus pétalos
viciados de sol y betún
llevarla hasta mi ventana
verla erguida desde la calle
pero siempre está de rodillas
como un santito de barro
espectro del mediodía
cuando me ve a lo lejos
levanta apenas la corola
dice que sueña conmigo
tengo por descontado
que hoy estará ahí
por eso me pregunto
ahora que los elegidos
nos hemos confinado
de la peste devoradora de jardines
¿qué hará cuando ya a nadie
importan los iconos?

algo que está más allá
de la misma tristeza
me ha borrado su camino

martes, 3 de marzo de 2020

CONEJO



De un lado a otro 
van los conejos
la vida contenida
casi expiración

De un lado a otro
como una canción
en el pentagrama florido del bosque

Y si alguno se detiene
será inevitable que note
el perfil del follaje
bajo el cielo

Y si respira hondo el bosque
será inevitable
que sienta el perfume del invierno


Entonces triste
casi peregrino
bajará del silencio
para refugiarse
en el próximo árbol

miércoles, 23 de octubre de 2019

ANTÍDOTO


aferrado al papel
como a un antídoto
quién podría negar
que la vida tenga sentido

que la maquinaria del arte
no sea más que un espejismo
y la historia: 
un triste placebo

¿quién a través de un verso

―el más irónico objeto
puede salvar los dedos de Borges?

los demonios son más reales

jueves, 26 de septiembre de 2019

JUSTICIA PARA TODOMEO


   Díganme si no es justa la sentencia impuesta a ese niño, como para que una jorga de miserables me atormente día y noche.


   Pero hoy sí vendrá a la policía. Solo queda esperar. Justicia es justicia. Sobre todo, si el afectado es mi Todomeo. Pobrecito, tan inocente.

   Así mismo, agradezco que le pusieran boleta de captura al padre del niño. El que nada debe, nada teme, ¿sí o no? Aunque todos sabemos que no es un santo; si el propio don Andrés lo acusó de rondar el barrio con actitud sospechosa. 

   A esta gente no deberían permitirle tener hijos; les heredan la maldad. Deberían castrarlos a todos.

   Miren que desde anteayer no se han movido de ahí. Siguen afuera, con pancartas, chillando. Y mi pobre Todomeo, se exalta con tanta bulla. Ni las gotas que le mandó el doctor para el corazón lo tranquilizan. Ustedes saben que hay traumas que no se superan fácilmente.

    Pero esos infelices no tienen una pizca de humanidad. Se ve que son capaces de cualquier cosa. Esta noche realmente temo por nuestra seguridad.

   Se trepan en el muro, se cuelgan en el guabo de mi abuela; hasta se han cagado en la pila. De vez en cuando, algunas caras monstruosas se asoman por ventana.

   A pesar de la situación crítica, Todomeo me sorprende. Lo admiro. Ya decía mi papito Roberto que no es valentía la falta de miedo, sino el vencerlo. Me mira, y con sus ojos parece decirme: mamita, todo estará bien, no sufra. Tiene algo de ángel, de ángel de la guarda, de ángel del perdón.

   Yo en cambio, no perdono. ¡Cómo voy a perdonar lo que le hicieron! Si desde ese día se la pasa tiritando. Y ni porque le cubro con una capucha de vicuña, es capaz de soportar este invierno tan fuerte.

   ¡Miren!, por fin cumplió la policía. Ahora mismo corretean a todos esos miserables. Algunos se tiran por la quebrada, que es donde deberían quedarse. 

   Desde el estudio vemos cómo se llevan al más viejo y a tres mocosos.

   Mi Todomeo está inquieto, llora. Lo arrullo en mis brazos y, de entre las mantas, solo le veo la boquita. Meto mi mano para consolarlo. No llores, el pelito crece, le repito. Y tengo cuidado de no destaparle la colita, que se mueve inquieta como una lombriz.

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...