En el futuro, Arturo podrá hacer lo que le plazca. Por ejemplo, si requiere asesinar a su padre, deberá pagar ciento veinte créditos, utilizará un arma blanca y lo apuñalará en la cabeza. Podrá ser mujer y sentir quince orgasmos consecutivos en el muelle de Britania. Incluso, si así lo desea, tendrá un empleo decente: corrector de píxeles o moldeador de armas de segundo grado, revendedor de comodines o comerciante de pornografía. Olvidará por completo el mundo real y vivirá en la aldea de RX para siempre, o hasta que pueda recolectar los créditos necesarios y comprar una plataforma en el océano.
Llegará el día en que Arturo, vestido con la primera chaqueta que se le acreditó, recorrerá las callejuelas y se alejará de casa. Tal y cual lo hicieron su padre y la hermana mayor de Bolívar. Después de caminar diez días, se embarcará a través del río Mun y llegará a la isla RIT. Quizá encuentre rostros familiares, pero de seguro ocupará un puesto modesto en una de las catacumbas talladas en la arena. Fijará su mirada en un charco, donde habitará cien años. Hasta que logre decodificar una palabra y retorne, por la misma ruta, ahora poblada de edificios sobre el mar, hacia RX.
Todos pasarán por este peregrinar, del que se recuperarán paulatinamente para, de nuevo, dirigir las riendas de su vida. Arturo encontrará a su padre en la habitación, haciendo el amor con Greta Garbo. Tendrán una conversación larga mientras devoran un plato de gluten applet.
-Creí que habías salido en búsqueda de enseres.
-Viví un siglo en el purgatorio.
-Eso significa que eres libre.
-Pásame la sal.
-¿Extrañarás en algo lo real?
-¿Tú lo extrañas?
-Solo cuando debo dormir. Tu viejo padre dejó codificado absolutamente todo, menos la capacidad de soñar.