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sábado, 2 de junio de 2018

PLAZA

Los árboles sueñan con el día final
Los motiva el grito del predicador
El triste bostezo de los viejos
La inútil risa de los lustrabotas

La lluvia es una enfermedad
Contraída por la ciudad desde chica
A veces leve como canto
A veces dolorosa como la muerte
Pero el canto y el dolor
Sobre todo el dolor
Son síntomas de vida

Se escucha un motor:
Gente desbordada por la plaza
Lluvia en los impermeables
Hábito ajado del monje
Movimiento circular
      Inútil
      Eterno

No se escucha la esperanza
Solo el triste destino de la nada
Pero la nada no se anuncia
Se esconde en el árbol de la tristeza

jueves, 23 de febrero de 2017

TÍMBALO


   Debí imaginar lo que se espera cuando un autobús destartalado sigue los 250 kilómetros de la línea herrumbrosa de un ferrocarril. Un caos de yuyos, plátanos y papas. Las mazorcas se pudrían en sus tallos como si los habitantes se alimentaran de aire. En la estación Mizo, un oasis de tres villas, abordó un número desproporcionado de personas quienes a pesar de los asientos libres, preferían viajar de pie, encaramados sobre la máquina o colgados en la ventana. De pronto, sin más, se arrojaban al vacío para perderse en la selva.



   Una mujer morena se sentó junto a mí. Era atractiva, de senos macizos y labios carnosos. Me clavó sus ojos como una súplica. Respondí con una sonrisa que ella eludió mientras se acariciaba el cabello crespo y cruzaba sus largas piernas. La verdad, no tenía muchas ganas de ligar, pero me pareció que una conversación para esas horas, estaría muy bien.

   —Hola

   Se limitó a mirar por la ventana como esas típicas chicas que disfrutan haciéndose las difíciles. Eso me animó más.

   —¿Cómo te llamas?

   —¿Para qué quieres saberlo? —Lo dijo con la voz más aguda del mundo, como el chillido de una cigarra.

   —Soy Jhon, viajo desde Tuba.

   No respondió, se limitó a sonreír y a acomodarse los senos dentro del escote.

   —Es un viaje largo —dije.

   De pronto se paró exaltada y atravesó con torpeza el pasillo atiborrado de gente. Decía algo que no pude comprender.

   Me quedé atónito cuando se hizo un barullo que creció hasta que parecía reventar las ventanas del autobús.

   —¡Es un pervertido!

   —¡Cómo se atreve!

   Hice lo que algunos animalillos que al presentir peligro se enrollan sobre sí. Luego creí sentir una lluvia de manos agitándose sobre mi espalda, hasta que poco a poco se hizo la calma, como si todos los pasajeros se hubieran dormido.

   La línea se detuvo en un viejo restaurante en la penúltima estación, la de Tímbalo. Recordaba intacto el sitio de mi niñez, desde cuando hice ese trayecto con mi padre.

   La matrona que lo regentaba parecía de cera, se asemejaba a una escultura inmutable y era apenas perceptible el movimiento de sus labios para gritar los pedidos a una tropa de comadrejas que servía a los comensales bocadillos pastosos y olorosos a comino.

   No estaba mal. Sabía a maíz molido y carne. Esa mescolanza de especias fortaleció mi voluntad de continuar con el trayecto, además me llevó a una zona de somnolencia donde por un instante temí hundirme. Imaginé que no acudía al llamado del viejo, quien se quedaba esperándome en su lecho de muerte.

   Un zumbido como de un ejército de abejas atravesaba el salón, era el ruido que producía la gente al masticar, al murmurar un dialecto desconocido, eran los estómagos y las cucharas, los pasos de la morena que se paró junto a mi mesa y se sentó.

   La humedad de la región había labrado una capa brillante sobre su piel, sus labios y pezones traslucían en un puchero obsceno. Me miró como se mira un pote de refrescante fruta.

   No hace falta describir mi nivel de confusión cuando estiró su mano y atrapó la mía como a un pequeño ratón. No tenía palabras, solo después de varios siglos de zumbidos galácticos salió un sonido de mi boca que no se parecía a mi voz.

   —¿Qué es lo que quiere?

   —No quiero nada —dijo con su voz de cigarra mientras tomaba al ratón y lo llevaba hacia sus pechos. Era como tocar una nube, mis dedos se hundían en una materia helada y volátil. Sus pezones besaban la palma de mi mano como una cría que busca amamantarse.

   —De acuerdo, no quiero problemas, solo quiero llegar a Bigú —pero esa voz, que no era la mía, no sonó convincente.

   Seguramente por eso, o por una trampa de la vida que besa la muerte, ella se puso de pie y me arrojó una bofetada, tan fuerte que tardé en sentirla. Luego emitió un chillido que atravesó el zumbido general y lo hizo añicos.

   Todas esas miradas cargaron sobre mí su odio.

   —Señor Conde, ¿está buenito? —dijo uno de esos seres anónimos.

   —¡Sinvergüenza! ¡Cómo se atreve!

   Intenté defenderme, pero mis razonamientos eran absurdos. 

   —Es solo un anciano indefenso —dijo otro mientras llevaba a la morena hacia una de las sillas. Ella permanecía agitada, pero de vez en cuando me lanzaba un guiño lascivo.

   —¡Qué no están viendo que es una puta! —Lamento haberlo dicho, pero no puedo tolerar las injusticias.

   Uno de aquellos seres se acercó, me tomó de la camisa y me dio dos bofetadas, menos dolorosas que la anterior.

   —¡Déjenlo! —Dijo la morena con su pitido. —No vale la pena.

   —Como usted diga, señor Conde, solo usted tiene tanta misericordia.

   Cuando el sol se escondía vi abordar a aquellas gentes y luego vi cómo la máquina se hundía en la selva. Pensé en las manos agitadas de mi padre.

   Cada tarde para un autobús. No sé si vuelva a abordarlo, creo que aquí se está bien. Quizá con un poco de suerte hasta logre desatarme.

lunes, 16 de enero de 2017

EL MITO

nos hallamos entre la maleza

cuando me adentré en el bosque

su canto era como el que escuchó Odiseo

atado con el hilo de la prudencia

una ninfa de los eucaliptos

bordada en la hierba

se asustó y plegó sus

alas entre la cucarda

trastocó su melodía

en el cascabel de la víbora

pero di dos pasos y ella pudo contemplar mi

humildad inerme:

solo tengo el verbo le dije

y vi sus ojos su piel como la luna temprana

los pequeños botones de sus

pechos donde picoteaba el quinde

vi sus pies acostumbrados al viento

desciende dije y le tendí mi mano

ven rogué y ella sonrió

<<muéstrame oh forastero lo desconocido

apuñálame con una nueva palabra>>

muchas veces he dicho <<carne>>

otras tantas he dicho <<lecho>>

pero esta vez precedió el trueno

a mi voz que cayó como semilla sobre

el campo cuando la lluvia anunciada

goteó desde las ramas hacia sus mejillas

el frío endureció sus muslos

y cayó rendida a los pies del árbol

no pude sostenerla

era como sostener una culpa

apenas con la yema de mi amor

rocé sus mejillas

<<oh forastero bebe sobre mi vientre

ya que el cielo precipita la vida

y solo queda el olvido>>

emergió de entre el heno una tropa

de gusanos que procedió a devorarla

como a un durazno

nada quedó del mito

tan solo un hombre emergiendo del descampado

y retornando a la calle bifurcada

viernes, 7 de octubre de 2016

MI NIÑO ESTÁ GRAVE


Dijeron que mi niño estaba grave. Al inició no lo podíamos creer. Un chequeo de rutina que abrió un telón donde por tres años hemos visto bailar al diablo. Le hicimos todos los exámenes, descartamos con metodología científica cada uno de los posibles tratamientos. Una enfermedad atroz. De golpe, el niño enflaqueció, su carita antes rozagante, se convirtió en un mal presagio. Su padre perdió el sueño y con el tiempo empezó a beber. Tuve que vender y empeñar todo, para poder pagar los analgésicos que requería mi niño. No había nada que se pudiera hacer. Un día, con lágrimas en los ojos, decidimos que sería el fin. No quedaba una sola cápsula, intenté mezclar el resto de jarabe con unas gotas de agua que nunca salieron del grifo. Tomé a mi niño en brazos y lo mecí al ritmo de su llanto. Lo arrullé contra mi pecho, mientras su padre retozaba en el suelo inconsciente. Lo besé a través de sus espasmos. Fue como un milagro, en un momento determinado, mi niño dejó de llorar y se quedó dormido, tan profundo que ni mis quejas al cielo lo despertaron. Pasaron quizá cinco horas. Su padre se incorporó y con sus brazos, con su calor olvidado, nos cobijó. El diablo se fue a dormir y el telón se cerró. Así fue como una mañana, mi niño ya caminaba por la casa e intentaba pronunciar el nombre de su padre, quien consiguió un empleo en la biblioteca municipal. Yo cocinaba mellocos mientras lo veía reponerse. Poco a poco íbamos recuperando el pasado y conquistando un hogar feliz. Pero resulta que, cuando pudimos asistir con mi niño a una nueva consulta, el médico exaltado nos dijo: <<Son unos irresponsables. ¿Por qué le han quitado la medicina? ¿Qué no ven que está grave?>>

jueves, 6 de octubre de 2016

EL VERSO PERFECTO


I

<<el oso y la miel>>
 

armonía ritmo
 

significación

motor catártico

fantasma revelación

condición humana

existencia amor

muerte

<<el oso>> en el

canal seis


II

<<ella ahí>>

tú la otredad

las relaciones de poder

sexo cabelleras calaveras

pies y pisadas

recetas gastronómicas

el autobús

la tristeza

<<ella>> expulsada 


del Edén

lunes, 19 de septiembre de 2016

POBRE JUAN

pobre Juan que olvida 
la voz que en 1985 dijo: 
<<el cielo se encendió>> 
pobre Juan que olvida 
el sabor de la sopa 
de la calle García Moreno 
donde aguardan las palomas
pobre Juan que olvida 
el rin-rin el tubo colgado 
la cama inerme el sueño 
la espera de aquella mujer 
pobre Juan que olvida 
la loteria la flor y confía 
en el color la mirada oblicua
pobre Juan que olvida
la palabra Juan
entre la maleza
más allá más acá
y olvida el fin
pobre Juan de todos los dioses
pobre Juan de todas las muertes
pobre Juan:
<<ese beso ocurrirá
por siempre pobre Juan>>
deberá 
ocurrir

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...