Mostrando las entradas con la etiqueta Reseña literaria. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Reseña literaria. Mostrar todas las entradas

domingo, 17 de mayo de 2015

SOBRE BELOVED, LA GRAN NOVELA AMERICANA

“Salvo el pedido de algún otro color, cultivó el mutismo… hasta la tarde del último día de su vida, en que se levantó de la cama, fue lentamente hasta la puerta del cuarto de servicio y anunció a Sethe y a Denver la lección que había aprendido en sesenta años de esclavitud y diez de libertad: en el mundo no había mala suerte sino blancos.”
Toni Morrison - Beloved

Tengo cierta reticencia por las historias de fantasmas. Pero decir que la novela Beloved de Toni Morrison es únicamente eso, sería pensar que la función privativa del sol es ser la bombilla del mundo.
Llegué a ella por un libro que todavía no he leído, con un título intrigante como todo el universo Bolaño: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Perdido en los extraños caminos de la literatura, entre enlaces de Jim Morrison que aparecían en el buscador de internet, descubrí a Toni.
Intenté conseguir sus libros, no me conformé con entrevistas, reseñas y análisis de la web. Me llamaba el viaje de su literatura. No por el premio Nobel, ni por el Pulitzer, sino por la idea de una obra que germina en el asidero de una verdadera conquista.
Después de varios años, brilló la estantería de una concurrida librería.
Beloved significa amada y está ambientada en el último cuarto del siglo XIX, en el lejano Ohio. La situación inicial es enigmática: el 124 de Bluestone Road sufre de un maleficio. Los cristales se rompen, las ollas de garbanzo se voltean y sobre el pastel aparecen dos huellas de manos diminutas. La casa está habitada por Sethe, esclava cimarrona, y su hija Denver. Antes también vivió ahí Baby Suggs, la suegra de Sethe, que recibía con los brazos abiertos a cuantos llegaran en busca de ayuda, y los hermanos mayores de Denver.
En la línea temporal de la historia se suceden una serie de retrospecciones que armarán el enorme puzzle. Por qué Baby Suggs dejó de presidir la danza colectiva en el claro y no volvió a predicar La Palabra, para terminar recluyéndose en una habitación hasta el final de sus días, con la sola tarea de sustraerse en los colores. Por qué Sethe pagó una condena en prisión, con la todavía pequeña Denver. Por qué Howard y Buglar deambulaban temblorosos sin soltarse las manos y así huyeron del 124 para siempre.
Cada actante arrastra una historia desgarradora. Así, el trotamundos Paul D, considerado el último de los hombres de Sweet Home (propiedad feudal donde Sethe conoció a Halle, el padre de sus hijos, y que durante mucho tiempo fue un oasis en el desierto de la opresión), de quien se va reconstruyendo el milagro de la supervivencia que debe mucho a la suerte, entre mordazas de estaño y Alfred, Georgia, un campo de concentración para esclavos. El mismo que decidió detenerse junto a Sethe, besó el árbol de su espalda cicatrizada y la amó. Paul D logra espantar momentáneamente al fantasma, que luego regresa encarnado en la adolescente que habría sido Beloved, la hija menor de Sethe. Nombre improvisado sobre una lápida.
En el pasado de Baby Suggs, del anciano Stamp, de Paúl D y de personajes memorables, que solo viven en el marco de la analepsis, como Sixo, se van tejiendo las razones por las que Sethe decide asesinar a sus hijos (en uno de los episodios más conmovedores, cuando han llegado los blancos a sitiar el 124 en busca de la fugitiva). La Sethe-madre, que apenas conoció a la suya entre los sembríos de algodón,  enarbola en su memoria el futuro aciago del que todavía puede librarles.
Beloved es el fantasma de la estupidez humana, de tiempos en los que se discutía la existencia del alma de los negros. Sin embargo, no es una novela histórica, ningún personaje de la enciclopedia y ningún suceso en los libros de historia puede ser tan desgarrador, porque todos ellos son sombras del referente, su objeto es inaprehensible. Por el contrario, en la literatura hallamos, como dice Umberto Eco en sus confesiones, objetos semióticos que cuando están “bien construidos se convierten en ejemplos supremos de la <<verdadera>> condición humana.”(1)
Por lo que leer Beloved no implica reconstruir una etapa de la humanidad, sino vivir algo que sin duda es un apéndice de esa etapa que ha superado las fronteras del tiempo, pero de una manera afortunada, desde la estética de la escritora Toni Morrison, desde su orgullo de afrodescendiente, desde su condición íntima de negra que conquistó las cátedras norteamericanas y, por supuesto, desde otra filosofía social que cuestiona los derechos humanos mientras justifica la pena de muerte.
Muy lejos de cualquier resquicio de literatura comprometida, o de comprometida literatura comprometida, Beloved es un libro del que se puede sacar valiosas enseñanzas. Sin proponérselo inauguró en mí una nueva forma de postura moral que me gustaría, sin tener la capacidad de hacerlo, compartir con el mundo y me hace pensar que si acaso todos los hombres y mujeres del mundo lo leyeran, el sol dejaría de ser mi madrugada, mi fuente de energía, mi equilibrio gravitacional y se convertiría en el astro donde todos nos fundiríamos.


(1)    Eco, U. (2011). Confesiones de un joven novelista. (Primera edición). Barcelona: Random House Mondadori, S. A. 

jueves, 5 de marzo de 2015

TRES VENDEDORES DE EVELIO ROSERO

“La literatura es una mercancía. Como el amor, es un complejo mecanismo de oferta y demanda.”Atribuido a San Juan el Apóstol
El día en que acompañé a Mayra a la Universidad Andina Simón Bolívar, escuché por primera vez el nombre de Evelio Rosero. No solo lo escuché, tomé un freebie, degusté un fragmento de Los ejércitos acompañado de un entusiasta análisis académico. La exposición me mantuvo en vilo, me conmovió el expositor, cuyo nombre de seguro jamás recordaré; su rostro se funde con las preguntas disparatadas y las discusiones bizantinas. Todo, incluso la mano de Mayra debajo de la mesa, está en algún lado de la complicada madeja de la memoria. Ella sobrevivió, yo sobreviví, Evelio Rosero, que hasta ese momento era el nombre de un genial escritor colombiano, también lo hizo.
Me obsesioné, sin haber leído una línea. Probablemente me dejé atraer por el panorama oscuro de la circulación editorial que planteó el expositor: un peso completo absolutamente desconocido en el ring ecuatoriano (¡tuvo que comprar sus novelas en España!). Yo y mi incontrolable atracción por lo marginal o una especie de snob libresco. Soñé los platillos humeantes de la obra de Rosero, casi saboreándolos.
Fue así como varios meses más tarde, caminando por la avenida Corrientes de Buenos Aires, buscaba tres cosas: una mirada cómplice, la certeza de estar vivo y una lista de libros, entre ellos las obras de Evelio Rosero. Creo que no encontré ninguna. Nadie sabía nada, jamás escucharon, ni vieron, ni sintieron. Sentado en un comedor, saboreando a medias un mondongo a la madrileña, pensaba que era mejor sufrir por amor que nunca haber amado.
Dos días antes de mi segundo encuentro con los mercaderes de Evelio Rosero, se anunció el encuentro definitivo: hallé en una famosa librería de Quito dos de sus novelas: Los ejércitos y La carroza de Bolívar.  Utilizando el presupuesto de la semana, logré comprar el segundo de ellos. Cumplí con la ineludible etapa de prelectura, acaricié con fruición sus paratextos, el detalle del supuesto Satanás de El jardín de las delicias que debía aludir al Simón Bolívar devuelto o develado por José Rafael Sañudo, historiador pastuso que vivió entre el siglo XIX y primera mitad del XX, inspiración del antihéroe de la novela, el ginecólogo Justo Pastor Proceso López.
El segundo encuentro se anunció en internet, la famosa librería exhibiría al propio Evelio Rosero en vivo y en directo. No solo eso, también ofrecía la consabida firma de libros. Era una noticia fabulosa que llegó a alumbrar mis gestos grotescos de cada día. Fueron los días previos a mi navidad, dejé a un lado la lectura de Toni Morrison y abrí con determinación La carroza, me tentaban sinopsis que no me atreví a leer. Temblaba y saboreaba el rostro de Simón Bolívar en el monitor. Imaginaba el encuentro con el autor, los pechos almidonados de esos eventos. ¿Y si se me presentaba la oportunidad de hablar con él? Apenas sabía nada, apenas tenía dudas. Fui atraído de forma necia a la almoneda literaria.
Tomamos taxi para llegar con dos minutos de atraso. Por el apuro, pagué de más al taxista. No me detuve a contemplar la imponente fachada de la librería, como otras veces. Mayra me miraba como a un poseso. Me miraba y sonreía. Cruzamos el porche. De seguro ya inició el conversatorio. Ojalá hallemos un buen sitio. Y empuñaba dentro de mi shigra el ejemplar de la editorial TusQuets, mientras pensaba en una pregunta ingeniosa. Saludé al dependiente, que como todos los dependientes de las librerías tenía pinta de hípster, solo para preguntar por el evento del escritor colombiano.
Mayra ojeaba un libro de Umberto Eco, yo contemplaba el desierto de libros con un oasis de sillas vacías y miraba el reloj. Voy a ganar dos asientos antes de que la gente llegue. Al frente estaba dispuesta la mesa oblonga con mantel blanco, las botellas de agua frente a las sillas ministeriales. También había un muestrario de sus libros: Los ejércitos, La carroza de Bolívar, Plegaria por un papa envenenado. Volví a empuñar mi ejemplar y me quedé ahí, mientras Mayra bailaba entre las estanterías. Al otro extremo de la hilera de sillas, un hombre parecido a Santa Claus se mecía nervioso mientras sostenía en sus manos su todavía emplasticado ejemplar.
Evelio Rosero charlaba con un hombre de traje. Descendieron las escaleras, el trajeado sonreía y de vez en cuando daba una palmada al escritor. Se quedaron en el rellano y el rollizo de terno parecía un guía turístico, señalaba una estantería y hablaba. De vez en cuando se movieron los labios de Evelio Rosero, especialmente cuando dio una mirada al público y saludó. Santa Claus desenfundó su libro y se acercó al escritor. A pesar de que hablaron bajo pude escucharlo todo. Es mí turno, dije y también me aproximé. A pesar de que hablamos bajo, incluso el hípster de la caja escuchó y bostezó.
El hombre del traje se miraba las uñas y sonreía, era un escritor de novelas históricas y de algún modo regentaba la famosa cadena de librerías. Dio por iniciado el conversatorio contando una anécdota de cuando visitó Bogotá. Para ese entonces, ya se había conformado el panel: Mayra a mi lado y tres personas más, incluido Santa Claus, un hombre alto que preguntó por el papel de Manuela Saenz en la novela, una editora que se largó a debatir con el moderador sobre las estrategias de marketing editorial y que quería saber si el escritor colombiano elegía las portada de sus libros. Santa Claus carraspeó, el moderador de traje habló sobre las dificultades que se le presentaban al momento de vender sus obras, el mercado editorial colombiano y ecuatoriano, sobre las traducciones. Evelio Rosero casi no habló, qué podía haber dicho yo.
Utilicé los escasos minutos que me dejaba el trabajo y le robé un tiempo extra al sueño para leer en pocos días el libro. En la hoja de respeto está escrito: Para Aníbal con un abrazo, su amigo de siempre. El resto es un universo fantástico, que produce una sensación de encantamiento, similar a la que sentí cuando leí Ferdidurke, A sangre fría, Los detectives salvajes, aunque no tienen nada que ver. Tiene que ver con Pasto y con el doctor Justo Pastor Proceso, un ginécologo que tejía en sus tiempos libres una biografía de Simón Bolívar. El conflicto radica en que utiliza la madeja prohibida. En esta biografía, inspirada por el estudio del histórico-historiador Sañudo, pretende develar la realidad tras el “mal llamado libertador”. La cotidianidad del doctor Proceso se ve abocada por este designio cuando tiene la oportunidad de preparar una carroza que presentará por las calles de Pasto con motivo de los carnavales, donde desenmascarará la verdad histórica del padre de la patria. Decide empeñar su fortuna y su respetabilidad con este fin. El doctor Proceso se apropia de su realidad, del contexto hostil, de la hipocresía conyugal, de la crueldad social encarnada en fanatismo, se convierte en diana de un grupo de universitarios cuya revolución consiste en idolatrar a Marx, a Lenin, a Mao Tse Tung y escarnear, humillar y si es preciso eliminar al traidor Trotski, a lo que destiña ápices de capitalismo, imperialismo y, por su puesto, a los profanadores como el Doctor Proceso.
Esta atmósfera que me resultó muy familiar, pero más literaria y por lo tanto más cohesiva y coherente, es el detonante que lleva al antihéroe a mancillar su encarcelamiento cotidiano con la libertad del amor de la infancia, la Negra Naranja, famosa prostituta de Pasto; la viuda Chila Chávez, huérfana del amor como él; la devota Alcira Sarasti; pues parece que en el carnaval de Pasto todo es posible, incluso la última oportunidad con su mujer, la despampanante Primavera Pinzón. El encumbramiento del antihéroe a un verdadero héroe y del mítico Bolívar a un pedófilo, cobarde y egocentrista.
En el centro mismo de la novela, que es la célula revolucionaria de estudiantes universitarios, aparece la figura del poeta Puelles, quien debe ocultar sus aficiones intelectuales a sus camaradas para no ser castigado por burgués. Renegando de la misión designada, trata de alertar al doctor Proceso de lo que se le viene encima, otro glorioso ajusticiamiento como aquel que disparó contra un policía de Bogotá o, en el mejor de los casos, la tunda que cayó sobre el catedrático Arcaín Chivo, amigo de Proceso, por pretender ensuciar el nombre del padre de la patria.
Novela llena de testimonios de la realidad más fieles que los reales, novela que se apropia de Pasto para transformarlo en el fortín de la embriaguez, novela que se burla del amor y lo sodomiza, todo ello quizá sin pretenderlo, con la sola misión de sacarse esa espina de pescado que supura, sobre todo durante las noches.
Así se completa la trilogía de comerciantes de Evelio Rosero, desde aquel instante en la Universidad Andina, cuando me colé a una charla de literatura latinoaméricana, a la tarde en que estreché la mano del escritor en la famosa librería donde ya jamás habrá estanterías con mi nombre. Luego leí su novela, para transformarme por obra y gracia de la escritura en el tercer mercader. Pero la carroza de Bolívar sigue imperturbable, escondida por los artesanos pastusos y el Cangrejito Arbeláez, y es como la literatura: después de que sus ruedas paseen por las callejuelas de la vida, nada volverá a ser igual.

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...