Díganme si no es justa la sentencia impuesta a ese niño, como para que una jorga de miserables me atormente día y noche.
Pero hoy sí vendrá a la policía. Solo queda esperar. Justicia es justicia. Sobre todo, si el afectado es mi Todomeo. Pobrecito, tan inocente.
Así mismo, agradezco que le pusieran boleta de captura al padre del niño. El que nada debe, nada teme, ¿sí o no? Aunque todos sabemos que no es un santo; si el propio don Andrés lo acusó de rondar el barrio con actitud sospechosa.
A esta gente no deberían permitirle tener hijos; les heredan la maldad. Deberían castrarlos a todos.
Miren que desde anteayer no se han movido de ahí. Siguen afuera, con pancartas, chillando. Y mi pobre Todomeo, se exalta con tanta bulla. Ni las gotas que le mandó el doctor para el corazón lo tranquilizan. Ustedes saben que hay traumas que no se superan fácilmente.
Pero esos infelices no tienen una pizca de humanidad. Se ve que son capaces de cualquier cosa. Esta noche realmente temo por nuestra seguridad.
Se trepan en el muro, se cuelgan en el guabo de mi abuela; hasta se han cagado en la pila. De vez en cuando, algunas caras monstruosas se asoman por ventana.
A pesar de la situación crítica, Todomeo me sorprende. Lo admiro. Ya decía mi papito Roberto que no es valentía la falta de miedo, sino el vencerlo. Me mira, y con sus ojos parece decirme: mamita, todo estará bien, no sufra. Tiene algo de ángel, de ángel de la guarda, de ángel del perdón.
Yo en cambio, no perdono. ¡Cómo voy a perdonar lo que le hicieron! Si desde ese día se la pasa tiritando. Y ni porque le cubro con una capucha de vicuña, es capaz de soportar este invierno tan fuerte.
¡Miren!, por fin cumplió la policía. Ahora mismo corretean a todos esos miserables. Algunos se tiran por la quebrada, que es donde deberían quedarse.
Desde el estudio vemos cómo se llevan al más viejo y a tres mocosos.
Mi Todomeo está inquieto, llora. Lo arrullo en mis brazos y, de entre las mantas, solo le veo la boquita. Meto mi mano para consolarlo. No llores, el pelito crece, le repito. Y tengo cuidado de no destaparle la colita, que se mueve inquieta como una lombriz.