Luego en la universidad recordé las referencias de mi antigua compañera de bacanal, al ver ingresar al maestro al salón de clases.
Miraba como un águila. Pero no se interesaba por otras presas que no fueran las muchachas carnosas que colgaban como duraznos por ahí.
Sin duda era brillante; citaba de memoria las primeras líneas de algunas novelas que yo había querido leer durante aquellos años y quizá nunca lo hice. No solo eso, era un pensador cínico que no dejaba de gotear cierta ternura.
Otro defecto suyo es que amaba caprichosamente. Por eso no soltaba a Borges de sus discursos amatorios, negándose a aceptar con pudor su evidente asexualidad. Y cuando analizábamos la literatura hispanoamericana se atascaba en la sensualidad de doña Bárbara.
Sin duda, se lo juzgaba por malgastar las horas de cátedra en estas digresiones eróticas. Así como por un solemne narcisismo que lo llevó a narrar, con no menos intensidad que en sus mejores poemas, la historia de un amor imposible que lo había sumido en un abismo rimbaudiano.
Recuerdo que un día vencí mi cobardía y le di un texto mío para que lo leyera. No estoy seguro de que en verdad lo haya hecho porque cuando me acerqué zalamero me dijo que le gustaban mi tono, ya que no era romántico o hablaba solo de amor como lo hacían mis condiscípulos.
Me sentí defraudado de mí mismo. Yo sí me consideraba un poeta romántico. Pensaba: ojalá yo no fuera un seudopoetiso desamorado. Quería ser un amador profesional; amar como él amó la literatura y amó el amor y se amó así mismo. Amar desde la altura de una sensibilidad auténtica y universal como la suya.
Tiempo después, llegó calvo y todos pensaron que estaba enfermo. En un autoamador como él resultaba increíble otra razón para tal vileza. Y quizá como pensaron que se iba a morir le hicieron un homenaje con algunos invitados de primera, amigos suyos de la crema y nata de la literatura nacional.
Quiero terminar esta remembranza analizando el siguiente axioma que acaba de venir a mi mente: "solo podemos identificar a un auténtico maestro en función de un efectivo y verificable, aunque sea mínimo, intercambio epistemológico con su alumno".
Esta terrible frase se ejemplifica con la siguiente anécdota: tengo a bien jactarme de que gracias a mi sugerencia vimos una película que le encantó, Viva México de Eisenstein. Lo que elevó su pasión por el mentado país durante varias semanas; tanto que incluso escribió un poema sobre el tema.
Como un niño entusiasmado por un nuevo juguete, se dejaba emocionar por el motivo poético de otro poeta.
En conclusión, es uno de los pocos maestros auténticos que he tenido.