Podría decir algo esta página
si me propongo hablar sobre él:
siempre lo imaginaba en el interior de aquel café;
por eso me desviaba hacia la avenida Juan León Mera
ya que cuando me distinguía a través de los cristales
giraba la mariposa del recuerdo
para que su existencia se derramara sobre mí
inundándome cuadras enteras.
Eso era peligroso porque no sé nadar
y me cansaba de las brazadas que debía dar entre sus historias
acerca de una ciudad que jamás conocí.
Sonreía y su voz se perdía a lo largo de la canaleta.
Por eso, al imaginarlo por ahí, fingía apuro;
ya que siempre aparecía como el anuncio de un diluvio.
Hoy, después de tanto olvido,
lo encontré por primera vez en otro sitio.
La misma sonrisa
pero un inaudito silencio.
Leí tres veces su nombre y cerré el diario
consolándome al pensar que si algún día termina la peste
detrás de la cual se marchó hablando necedades,
no tendría sentido recorrer la ciudad más que lo imprescindible.
Todo, hasta lo más horrible, esconde algún designio
―me repetía, intentando comprenderlo.