miércoles, 23 de octubre de 2019
jueves, 26 de septiembre de 2019
JUSTICIA PARA TODOMEO
Díganme si no es justa la sentencia impuesta a ese niño, como para que una jorga de miserables me atormente día y noche.
Pero hoy sí vendrá a la policía. Solo queda esperar. Justicia es justicia. Sobre todo, si el afectado es mi Todomeo. Pobrecito, tan inocente.
Así mismo, agradezco que le pusieran boleta de captura al padre del niño. El que nada debe, nada teme, ¿sí o no? Aunque todos sabemos que no es un santo; si el propio don Andrés lo acusó de rondar el barrio con actitud sospechosa.
A esta gente no deberían permitirle tener hijos; les heredan la maldad. Deberían castrarlos a todos.
Miren que desde anteayer no se han movido de ahí. Siguen afuera, con pancartas, chillando. Y mi pobre Todomeo, se exalta con tanta bulla. Ni las gotas que le mandó el doctor para el corazón lo tranquilizan. Ustedes saben que hay traumas que no se superan fácilmente.
Pero esos infelices no tienen una pizca de humanidad. Se ve que son capaces de cualquier cosa. Esta noche realmente temo por nuestra seguridad.
Se trepan en el muro, se cuelgan en el guabo de mi abuela; hasta se han cagado en la pila. De vez en cuando, algunas caras monstruosas se asoman por ventana.
A pesar de la situación crítica, Todomeo me sorprende. Lo admiro. Ya decía mi papito Roberto que no es valentía la falta de miedo, sino el vencerlo. Me mira, y con sus ojos parece decirme: mamita, todo estará bien, no sufra. Tiene algo de ángel, de ángel de la guarda, de ángel del perdón.
Yo en cambio, no perdono. ¡Cómo voy a perdonar lo que le hicieron! Si desde ese día se la pasa tiritando. Y ni porque le cubro con una capucha de vicuña, es capaz de soportar este invierno tan fuerte.
¡Miren!, por fin cumplió la policía. Ahora mismo corretean a todos esos miserables. Algunos se tiran por la quebrada, que es donde deberían quedarse.
Desde el estudio vemos cómo se llevan al más viejo y a tres mocosos.
Mi Todomeo está inquieto, llora. Lo arrullo en mis brazos y, de entre las mantas, solo le veo la boquita. Meto mi mano para consolarlo. No llores, el pelito crece, le repito. Y tengo cuidado de no destaparle la colita, que se mueve inquieta como una lombriz.
martes, 30 de abril de 2019
DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER
Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la traición y la buena suerte.
Por lo demás, el gobierno de Todomeo no se diferenció mucho de cuantos registra la historia.
Las mismas familias, aliadas, mantenían secuestrada la riqueza; mientras que las grandes mayorías se reproducían entre la miseria.
El primer ministro del gobierno era un muchachito que con las justas llegaba a los dieciseis, hijo de uno de los hombres más poderosos. Lo llamaban Alonso, aunque su verdadero nombre era Nicasio Travel. Alonso odiaba a Todomeo en silencio.
Era el encargado de expurgarlo, de cepillar cada mañana su lomo y limpiarle las legañas que ya para entonces, a causa de su edad, proliferaban. También tenía como deber que nadie, absolutamente nadie, vea sus porquerías desperdigadas por el salón amarillo.
Alonso llevaba a cabo esta tarea con saña. Dejaba que el gobernante sufriera urticarias a causa del hervidero de pulgas, lo acicalaba con el cepillo de limpiar la chimenea y dejaba que las legañas le chorrearan en un río nauseabundo hasta el pescuezo. Luego, cuando debía mostrarse en público para la inauguración de un molino o de la primera red del telégrafo, lo limpiaba detenidamente con creso y le colocaba un ridículo tocado entre las orejas.
Fue así como Todomeo empezó a mostrar públicamente una manifiesta antipatía hacia Alonso. Gruñía apenas cruzaba la puerta, le destrozaba las bastas de los pantalones y, en general, lo evitaba encerrándose en su aposento.
La gente enloquecía cuando Todomeo, montado en su carruaje abierto, atravesaba las calles hediondas de la capital. Las mujeres descubrían atroces deseos, los hombres lo veían como símbolo inequívoco de nuevos tiempos, más democráticos, donde los sueños podían cumplirse. Algunos niños lo temían, otros le tenían gracia y hubieran querido apachurrarlo entre sus huesudos bracitos.
Si había algo de lo que sentirse orgulloso, era de Todomeo. Requerido y aclamado, fundando aberrantes fanatismos y detractores a nivel mundial. Elevando la algarabía de las modas animalistas y el rechazo contundente de los positivistas.
De alguna manera, en lo político, la era de Todomeo se cifra en una arrebatada “conciencia” política nunca vista en esa pobre nación.
Cierta ocasión, Todomeo viajó al Congreso Internacional de Repúblicas Alienadas en la Mansedumbre (CIRAM) a realizarse en la insular patria de Peto el Bárbaro. Desde que se embarcaron en el viaje, Alonso no dejó de sonreír. Una sonrisa más animal que el propio gobernante. Ya en sus entrañas había orquestado el fin.
El congreso, como no podía ser de otra forma, fue muy aburrido. Sin embargo, como siempre ocurría, Todomeo causó sensación. Enrollado, como lo hacen las bestias comunes, escondía el morro entre las patas. Frustrado, imposibilitado para denunciar a su ministro, emitía de vez en cuando algún chillido.
La más encantada fue la princesa de Autraleón, quien no pudo resistir por dos ocasiones el deseo de arrullarlo contra su prominente pecho y balancearlo por el salón real de Pretonia.
A la hora de la cena, cuando el maître degollaba a la vista de todos un pequeño becerro, Alonso gritó a viva voz:
―¡Se ríe! ¡Se ríe! ¡Todomeo se ríe!
A través de todas las miradas de sedas multicolores, de los gritos de asombro multiintrumentales, de los tintineos de oro sólido, continúo gritando:
―¡Se ríe! ¡Miró el becerro y no pudo contener la risa!
―No puede ser ―dijo en mantruco la reina de Po.
Todos se acercaron. Efectivamente, Todomeo esbozaba una mueca horrenda, como si fuera a morder a alguien.
―Nos ha estado engañando, ¡es más humano que Guliver!
Tuvieron que llamar a la guardia para evitar que los aristócratas lo linchen.
El anfitrión declaró:
―Ahora solo negociaremos con Alonso; de él por lo menos sabemos qué esperar.
Entonces le calzaron una corona de jade y pusieron la capa de lienzo fino.
******************************************************
Meses más tarde, Todomeo olisqueaba en el basurero de Trantes y mordisqueaba un cuerpo descompuesto.
Una dama de la localidad, buena samaritana, se apiadó de él; lo llevó a su casa y adoptó como marido.
Por lo demás, el gobierno de Todomeo no se diferenció mucho de cuantos registra la historia.
Las mismas familias, aliadas, mantenían secuestrada la riqueza; mientras que las grandes mayorías se reproducían entre la miseria.
El primer ministro del gobierno era un muchachito que con las justas llegaba a los dieciseis, hijo de uno de los hombres más poderosos. Lo llamaban Alonso, aunque su verdadero nombre era Nicasio Travel. Alonso odiaba a Todomeo en silencio.
Era el encargado de expurgarlo, de cepillar cada mañana su lomo y limpiarle las legañas que ya para entonces, a causa de su edad, proliferaban. También tenía como deber que nadie, absolutamente nadie, vea sus porquerías desperdigadas por el salón amarillo.
Alonso llevaba a cabo esta tarea con saña. Dejaba que el gobernante sufriera urticarias a causa del hervidero de pulgas, lo acicalaba con el cepillo de limpiar la chimenea y dejaba que las legañas le chorrearan en un río nauseabundo hasta el pescuezo. Luego, cuando debía mostrarse en público para la inauguración de un molino o de la primera red del telégrafo, lo limpiaba detenidamente con creso y le colocaba un ridículo tocado entre las orejas.
Fue así como Todomeo empezó a mostrar públicamente una manifiesta antipatía hacia Alonso. Gruñía apenas cruzaba la puerta, le destrozaba las bastas de los pantalones y, en general, lo evitaba encerrándose en su aposento.
La gente enloquecía cuando Todomeo, montado en su carruaje abierto, atravesaba las calles hediondas de la capital. Las mujeres descubrían atroces deseos, los hombres lo veían como símbolo inequívoco de nuevos tiempos, más democráticos, donde los sueños podían cumplirse. Algunos niños lo temían, otros le tenían gracia y hubieran querido apachurrarlo entre sus huesudos bracitos.
Si había algo de lo que sentirse orgulloso, era de Todomeo. Requerido y aclamado, fundando aberrantes fanatismos y detractores a nivel mundial. Elevando la algarabía de las modas animalistas y el rechazo contundente de los positivistas.
De alguna manera, en lo político, la era de Todomeo se cifra en una arrebatada “conciencia” política nunca vista en esa pobre nación.
Cierta ocasión, Todomeo viajó al Congreso Internacional de Repúblicas Alienadas en la Mansedumbre (CIRAM) a realizarse en la insular patria de Peto el Bárbaro. Desde que se embarcaron en el viaje, Alonso no dejó de sonreír. Una sonrisa más animal que el propio gobernante. Ya en sus entrañas había orquestado el fin.
El congreso, como no podía ser de otra forma, fue muy aburrido. Sin embargo, como siempre ocurría, Todomeo causó sensación. Enrollado, como lo hacen las bestias comunes, escondía el morro entre las patas. Frustrado, imposibilitado para denunciar a su ministro, emitía de vez en cuando algún chillido.
La más encantada fue la princesa de Autraleón, quien no pudo resistir por dos ocasiones el deseo de arrullarlo contra su prominente pecho y balancearlo por el salón real de Pretonia.
A la hora de la cena, cuando el maître degollaba a la vista de todos un pequeño becerro, Alonso gritó a viva voz:
―¡Se ríe! ¡Se ríe! ¡Todomeo se ríe!
A través de todas las miradas de sedas multicolores, de los gritos de asombro multiintrumentales, de los tintineos de oro sólido, continúo gritando:
―¡Se ríe! ¡Miró el becerro y no pudo contener la risa!
―No puede ser ―dijo en mantruco la reina de Po.
Todos se acercaron. Efectivamente, Todomeo esbozaba una mueca horrenda, como si fuera a morder a alguien.
―Nos ha estado engañando, ¡es más humano que Guliver!
Tuvieron que llamar a la guardia para evitar que los aristócratas lo linchen.
El anfitrión declaró:
―Ahora solo negociaremos con Alonso; de él por lo menos sabemos qué esperar.
Entonces le calzaron una corona de jade y pusieron la capa de lienzo fino.
******************************************************
Meses más tarde, Todomeo olisqueaba en el basurero de Trantes y mordisqueaba un cuerpo descompuesto.
Una dama de la localidad, buena samaritana, se apiadó de él; lo llevó a su casa y adoptó como marido.
martes, 16 de abril de 2019
FIESTA
asisto a una fiesta
desde el fondo galáctico
se embriagan las estrellas
con su danza pulen
las piedras y hacen brillar
las pupilas de los búhos
el viento aniquila con su grito
los últimos espasmos de la tierra
estoy solo
a pesar de esa voz que persiste
y acaso me es ajena
de la plegaria que dicta
un porvenir inconquistable
de los inciertos recuerdos:
el aroma de un guiso
cantos y rostros familiares
dioses más reales que yo
nada importa en este instante
ni siquiera la certeza
de que lo bello se retuerce
si se lo bebe en compañía
se dobla sobre sí mismo
más allá de la nada
¿qué tiene el otro aquí?
este espectáculo es solo mío
este espectáculo es solo mío
porque si alguien
se arroja desde la locura de lo inédito
como una nota de cinco dedos
y pretende con su osada presencia
personificar lo sagrado de la noche
en fin
si alguien me invita a gastar el aire que nos separa
si él o ella abre sus brazos para mi cuerpo
quedará en evidencia
mi esqueleto celeste
mi esqueleto celeste
donde ni siquiera las palabras me sostienen
la música embriagadora del infinito
no me permitiría
franquear el territorio de otra existencia
no me permitiría
franquear el territorio de otra existencia
jueves, 21 de febrero de 2019
DESCUBRIENDO EL CINE I. Mi tía Nora
Es la primera vez que visito las nuevas instalaciones de la consulta pública de la Cinemateca Nacional Ulises Estrella. Es un lugar sobrio, espacioso y con olor a cables y circuitos eléctricos. Se ha convertido, no podría ser de otra manera, en un lugar de concurrencia para parejas jóvenes que miran encarameladas Pescador, Mejor no hablar de ciertas cosas, entre otras. En ese momento, soy el solitario que se registra en el monitor, programa la película y tarda otro tanto en desenredar los cables de los cuatro audífonos, probármelos uno por uno hasta hallar el más cómodo para ajustar el volumen. No demoré en tomar una decisión sobre qué ver. De hecho, fui exclusivamente por Mi tía Nora.
Había visto el afiche en la antesala del cine Alfredo Pareja, leí hace años sus datos en el catálogo que elaboró la investigadora Wilma Granda. Se me aparecía como una película enigmática, un poco difícil de abordar, por lo que se debía reservar una condición especialmente melancólica del ánimo para disfrutarla. Un trabajo de arqueología.
Sin embargo, fue una grata y enriquecedora experiencia. La película muestra una visión social del Quito anterior a los años ochenta. Una familia acomodada en decadencia, con una matriarca que me recordó a la anciana totalitaria de una novela de Agatha Christie; de hecho fue inevitable relacionar el trasfondo de Cita con la muerte con la cinta de Prelorán.
En ese contexto, Mi tía Nora muestra a través de dos o tres niveles cronolécticos, la trasformación de una sociedad con rezagos aristocráticos a un sistema burgués. La familia Arismendi, con su anciana matrona que representa el poder del linaje; y sus hijos, quienes se enfrentan a una sociedad inhóspita, donde el petróleo y los cargos políticos están sobre las viejas tradiciones.
Bajo la descomposición espiritual de la tía Nora, yace un sustento argumentativo de tinte sociológico. Los tres hijos, criados para sostener un apellido notable, se ven indefensos frente al nuevo orden: el uno fracasa en su empresa y es despedido, el otro emigra para buscar fortuna en Estados Unidos en la venta de automóviles y, por último, la trama central, que es la indefensa Nora, criada únicamente para rezar y mantener los valores; inutilizada desde niña por su propia madre.
El personaje narrador, la hermosa Beatriz, representa la ruptura con la tradición. Sin embargo, es posible confirmar que, a pesar de su intento renovador, no logra enmendar el pasado y su fatal consecuencia sobre la tía Nora; por lo que a causa de su natural condición revolucionaria, como reafirmación de la diálectica social como el tema analizado del film, se aparta de su familia tomando como punto de escape el arte, en la personificación del pintor.
La película tiene varios subtemas; y quizá es uno de sus defectos debilitar o soltar la trama principal que muchas veces se eclipsa en beneficio de una trama secundaria. Sin embargo, Mi tía Nora logra coherencia textual.
Por otro lado, es difícil no conmoverse con los pequeños detalles poéticos que fulguran por doquier. El nivel de humanidad de Nora, su forma de ver el mundo que para ella era la casona, la negación de la realidad a través de la televisión y la religión, las fotografías que acomoda en su armario: su sobrina junto a ella en un momento hermoso e inolvidable, el retrato del hermano embustero que le robó su dinero y la foto del único pretendiente que tuvo y que fue truncado por su madre. La construcción del personaje es un acierto, puesto que tiene una carga psicológica de tipo dostoievskiana, un ser arrojado a una sociedad hostil y aniquiladora.
Termino de ver Mi tía Nora y tengo nuevos amores. Me encantó la actuación de la actriz principal y me fascinó la belleza y desarrollo de la sobrina. Me pareció estupendo el personaje de la anciana, interpretado por la notable soprano Banca Hauser. Me alegró reconocer algunos rostros que vi en otras películas ecuatorianas como el de la actriz Ana María Miranda y de Alfonso Naranjo, quien también actuó en Dos para el camino. Lo que me deja una sensación de que el cine ecuatoriano sí tiene clásicos.
Es fácil construir una crítica sobre los errores de una película clásica. Sin embargo, como todo clásico es necesario contextualizar. He leído el artículo La traductora, que es fácil encontrar en el portal de Página 12, donde Mabel Prelorán, cuenta, entre otras cosas, las circuntancias en las que se filmó Mi tía Nora. Concebida durante la convalecencia de los dos gestores en un cuarto de hotel, así como se concibe un hijo, con una infinita vocación por el cine se da a luz una película. Se aprovecharon de los recursos que habían sigo designados para el rodaje de un documental en Otavalo y obtuvieron el apoyo de varios entusiastas, entre ellos Jaime Cuesta.
Mi tía Nora es una joya olvidada en el cofre de la Cinemateca, basta abrirlo un día de estos y sabremos que como simples amantes del cine o como una de aquellas parejitas que busca aprovechar un rato libre, esta película nos luce muy bien.
jueves, 10 de enero de 2019
EL EVANGELISTA

¿quién es aquel sujeto?
casi estrella
casi humano
un loco que se mezcla entre los cuerdos
pero si lo miras bien
¡a mí no me engañas, de Quincey!
para ti todo promete desmembramiento
y la literatura no es más
que carne cubriendo las aceras
y la obra de arte
un escenario atroz en la callejuela
¡vete de aquí con tu verbo sagrado!
evangelista de la muerte
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