Hace tiempo escribí un cuento donde una muchacha descubría que tras los problemas de su vida se escondía un misterio atroz. A sus dos o tres años, un discutido accidente causado por ella, ocasionó el fallecimiento de la madre. Entonces emprende un viaje a la tierra de los abuelos para descubrirlo.
Varios años más tarde, me vi involucrado en un suceso análogo. María Silvana Rodríguez, hermana de la famosa actriz Lora Rodríguez, pasó conmigo una noche salvaje. Me excuso por mi falta de caballerosidad, pero en este contexto es inevitable y necesario mencionarlo. Habíamos bebido vodka en el bar de la avenida Martín Segundo y luego la llevé en mi automóvil al motel Hawái (datos que, por lo demás, son de conocimiento público). Apenas pudimos subir las escaleras de la habitación. Ella lloraba y reía a tramos, habló de Josué Montaño, exbajista de la banda Caramelo, desbordó el sarcasmo al mencionar la casa playera incautada.
Nos amamos cinco veces, nos amamos con fruición y gritos, con piel desgarrada y cabellos arrancados, la bañera se tiñó de sangre y bebimos bajo sus aguas el canto del amor. La espalda se convirtió en tierra fértil, labrada y húmeda. Perdí el lóbulo derecho de mi oreja, ella casi no pudo distinguir sus cavernas de sus trincheras. Nos bombardeamos y solo quedó humo.
Cuando desperté, todavía me miró por última vez. Había recogido mis restos y me los ofrecía en un rito póstumo que reproduce lo sagrado hasta el infinito. Después se desplomó atragantándose con mis partes. Se retorció, emitió la última arcada, levantó el dedo pulgar y se desmoronó.
La prensa inventó muchas cosas, pero la versión oficial declaró que había muerto de amor. De sobredosis de amor. Así es, el amor, la más pura fruslería, también mata.
La prensa inventó muchas cosas, pero la versión oficial declaró que había muerto de amor. De sobredosis de amor. Así es, el amor, la más pura fruslería, también mata.
Muchas cosas más he escrito y, de una u otra manera, han sido fiel reflejo de mi vida. Escribiré acaso sobre un hombre declarando su sortilegio. Tal vez redacte pronto una analogía de mi ocaso, si es que ya no lo hice.
Sin embargo, cada noche, antes de conciliar el sueño, presiento una puñalada. Alguien tendrá que vengar a María Silvana Rodríguez, la huérfana de mi relato.
Sin embargo, cada noche, antes de conciliar el sueño, presiento una puñalada. Alguien tendrá que vengar a María Silvana Rodríguez, la huérfana de mi relato.