lunes, 18 de enero de 2016

En el futuro, Arturo podrá hacer lo que le plazca. Por ejemplo, si requiere asesinar a su padre, deberá pagar ciento veinte créditos, utilizará un arma blanca y lo apuñalará en la cabeza. Podrá ser mujer y sentir quince orgasmos consecutivos en el muelle de Britania. Incluso, si así lo desea, tendrá un empleo decente: corrector de píxeles o moldeador de armas de segundo grado, revendedor de comodines o comerciante de pornografía. Olvidará por completo el mundo real y vivirá en la aldea de RX para siempre, o hasta que pueda recolectar los créditos necesarios y comprar una plataforma en el océano.

Llegará el día en que Arturo, vestido con la primera chaqueta que se le acreditó, recorrerá las callejuelas y se alejará de casa. Tal y cual lo hicieron su padre y la hermana mayor de Bolívar. Después de caminar diez días, se embarcará a través del río Mun y llegará a la isla RIT. Quizá encuentre rostros familiares, pero de seguro ocupará un puesto modesto en una de las catacumbas talladas en la arena. Fijará su mirada en un charco, donde habitará cien años. Hasta que logre decodificar una palabra y retorne, por la misma ruta, ahora poblada de edificios sobre el mar, hacia RX. 

Todos pasarán por este peregrinar, del que se recuperarán paulatinamente para, de nuevo, dirigir las riendas de su vida. Arturo encontrará a su padre en la habitación, haciendo el amor con Greta Garbo. Tendrán una conversación larga mientras devoran un plato de gluten applet.

-Creí que habías salido en búsqueda de enseres. 

-Viví un siglo en el purgatorio. 

-Eso significa que eres libre. 

-Pásame la sal. 

-¿Extrañarás en algo lo real? 

-¿Tú lo extrañas? 

-Solo cuando debo dormir. Tu viejo padre dejó codificado absolutamente todo, menos la capacidad de soñar.

jueves, 14 de enero de 2016

DOS QUE HABLAN

-¿Qué debemos hacer para liberarnos?


-Estoy seguro que no hay posibilidad de hacerlo.

-¿Y el amor?

-El amor no liberó a Gregorio Samsa de su destino.

-¿Entonces, existe el destino?

-Todos estamos condenados a la muerte.

-¿Y que hay con el arte, acaso Kafka es efímero?

-Kafka ya no es Kafka, es un nombre lleno de especulaciones. 

Su obra está en la imaginación del lector. 

Kafka es tan famoso e influyente como Jack el Destripador.

Kafka vale lo mismo que la niña de Dikika. 

Solo las condiciones de su defunción, conservaron a la niña.

Solo el hecho de que Kafka no nació en el año de su defunción, condicionó su fama póstuma. Solo la manzana que comió a los cinco años, solo el diente que se cayó, solo la textura de su mano.

-¿Y su talento, sus largas noches de insomnio, su oficina llena de manuscritos?

-Acaso tú no ameritas ser reconocido por ser el hombre más obstinado, el que cocina la mejor pasta, el que más resentimiento guarda hacia sus padres. No son valiosas las nanas que a las dos de la mañana cantas a tu hijo y que tienen un registro particular. En otro lugar, en otro tiempo, bajo un cielo apocalíptico, una multitud corearía tu nombre.

-Eres un iconoclasta. Pienso que los héroes son héroes porque se esforzaron, le pusieron pasión, aprovecharon su talento.

-Si sigues diciendo peroratas, le contaré al lector tu secreto. Le diré que violas ancianas a la salida de la iglesia. Que preferirías violar mujeres más jóvenes, pero que a las ancianas, las pocas que logran denunciarte, nadie les cree.

-Pero eso no es cierto.

-Exacto.

-No comprendo.

-Si yo viviera en la época de Kafka, yo hubiera matado al maldito. Lo hubiera liberado de la condena, de la frivolidad, del porvenir. Lo hubiera sorprendido a la salida del trabajo y le hubiera apretado el cuello, hasta que su cuerpo escuálido quedara inmóvil en la calzada, en una calle silenciosa de Praga. Lo habría salvado de ti y de mí, del estúpido lector que se envanece con su nombre, del viejo maestro que arruina la juventud de sus alumnos con aquellos mamotretos, del poeta ruin que lo cita en sus putos versos.

No me mires así.

Creo que estos días no han sido buenos.

-Mejor, levántate. Ya se ven los primeros rayos de sol, pronto se escribirá el punto final.

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...