sábado, 24 de septiembre de 2022

Unos días con Samuel

Martes 9 de agosto del 2022

Hoy también desperté tarde. Últimamente no tengo ánimo de nada. Estas semanas han sido vacías: sigo tanteando mis límites y termino como hoy, con la tristeza adormecida. Pero esta vez tenía un motivo para incorporarme y ponerme los zapatos; después de pasar un tiempo con su madre en Loja, tal como nos organizamos al inicio de las vacaciones, compartiría con Samuel hasta el fin de semana.

Recibí un mensaje que decía: «cuando llegues, sube un rato porque él te guardó el almuerzo».

La última vez que se quedó conmigo, las cosas no estuvieron bien; yo estaba enfermo y casi no pude atenderlo. Por eso hoy, mientras viajaba hacia la casa que arriendan, ubicada frente a una vista de nevados y desde donde se puede ver cómo despegan los aviones, me prometí que sería diferente.

Me recibió animado y locuaz. Me contó que había cosechado habas. Mientras su madre se encerraba en su habitación, señaló hacia la mesa donde había un plato con sardinas. Miré con nostalgia la loza y todo lo que estaba al rededor; muchas de esas cosas, hace como un año y medio, también fueron mías.

Fuimos abrazados todo el camino a casa. Planificábamos lo que haríamos esa tarde: primero ir por un helado, luego a comer salchipapas y, finalmente, jugar y pintar. Me dejé contagiar por su entusiasmo, ya que últimamente nada me motivaba. Tengo tarea acumulada, me siento incapaz de leer una sola página. Pero sí puedo tumbarme en el suelo y jugar con él, construir un recuerdo para los dos.


Miércoles 10 de agosto

Quiero que este tiempo sea distinto a esa sucesión de días y noches indefinidos. ¿Es esto la vida? En un abrir y cerrar de ojos, soy padre y tengo la obligación de procurar ser mejor.

Acordamos con Samuel ir hoy al cine. La última vez que lo hicimos, suspendieron la película; era junio y los indígenas estaban tomándose el intercambiador de Carapungo. Hasta para eso he sido inconsecuente; de redes sociales para fuera: ¡Viva el paro! ¡Viva el movimiento indígena! Pero ese mismo instante, estaba en una sala templada, abocado a un entretenimiento burgués. ¡Qué diferencia con la madre de Samuel! Ella sí recogió víveres para apoyar la protesta y fue al paro. ¡Pero basta! Primera ley autoimpuesta: no compararse con nadie.

Entonces, hoy hice un esfuerzo para estar en pie más temprano; preparé el desayuno, pedimos un taxi y fuimos hasta el Portal Shopping. Canjeé los pases y teníamos más de una hora para que inicie la función. En la antesala había una mesa de billar que, en un principio, confundí con una de hockey de aire. Samuel se encaramaba de puntillas para demostrarme que sí alcanzaba, aunque el taco era más grande que él. Yo soy tan malo en ese juego como en cualquier otro, pero él no se dio cuenta y nos divertimos mucho.

Tenía toda la voluntad de que pasemos un buen momento. Él quería ver la película y yo seguirla hasta dormirme sin recriminaciones. ¿Será buena compañía un hombre que se duerme en el cine? Samuel es un niño solo y siempre quiere hacer las cosas con alguien. Recuerdo que en una ocasión, una compañera del trabajo me cuestionó por no querer tener otro hijo: «no hay que ser mezquino, no deberías privar a tu niño de crecer acompañado».

―Ya es hora de dormir, hijo mío. Oh, no; casi olvido que debes bañarte. Así dormirás más tranquilo. Te quiero mucho. (No sé decir te amo, como otros lo dicen tanto. Yo a ti te quiero y con eso me conformo, porque te quiero como a nadie).


Jueves 11 de agosto del 2022

Siento que no cumplo con Samuel como debería: faltan más juegos, alimentar juntos a los conejos, conversar. Esto último me preocupa mucho; no solo porque no puedo sostener una conversación con la mayoría de la gente, sino porque no puedo entablar un diálogo con mi propio hijo. Sé, por su madre, que la última vez que pasó en mi casa tuvo algunos problemas con los primos, quienes viven en el otro departamento. A mí no me tiene ninguna confianza.

Yo tampoco confío. Este diario está contenido de silencios, sus ladrillos son palabras medidas. No puedo dejar que lo engorroso, vergonzoso o el desprestigio de mis pensamientos se escape. Cada palabra es un gota a gota que va colándose por el filtro del escrúpulo.

¿Qué haría si no tuviera dinero para llevar a Samuel al patio infantil del centro comercial? Cada día tengo más temor de salir a la calle porque pienso que nos puede ocurrir algo. Así que busqué este sitio seguro, con piscinas de pelotas, camas elásticas, videojuegos, mesas de hockey de aire, una mini ciudad y carros chocones. Ingreso con él dispuesto a seguirlo por ese laberinto de redes y esponjas, hasta la resbaladera más alta. Él se lanza confiado, yo debo pensármelo mucho y cerrar los ojos. No soy para esas emociones.

Cuando ha concluido el tiempo y nos estamos poniendo los zapatos, nos encontramos con unas máquinas de tragamonedas. Samuel se encapricha y quiere jugar con la garra, donde está un conejo blanco. Lo intentamos una sola vez. Él creía que sería fácil sacarlo, pero el mecanismo ni siquiera llega a ese sitio. Todos debemos aprender a lidiar con el fracaso y las frustraciones, sobre todo yo.

Se cruza de brazos y baja la cabeza. Me dice que quería mucho ese conejo blanco porque desde hace tiempo necesita un peluche para dormir. Recuerdo que, efectivamente, me lo había dicho. Siempre evito darle todo lo que pide porque tengo temor de malcriarlo; por eso me cuesta mucho proponerle ir a la juguetería a buscar un peluche que se ajuste a nuestro presupuesto.

Finalmente, tiene un osito blanco al que bautizó como Polar. ¿Lo compré por él o por mí? ¿Hice mal? Cuando se queda dormido en su camita, el peluche ha caído al piso. Lo recojo y pongo junto a él. Beso a mi hijo en la frente y me voy a mi cama. Me cuesta calentarme; también debí comprarme uno.


Viernes 12 de agosto del 2022

La vida no es una línea narrativa definida; al menos la mía está muy lejos de serlo. Mientras narro estos días junto a mi hijo, pasan muchas otras cosas. Pero nada de eso interesa; en este diario solo importamos Samuel y yo.

Hoy madrugamos. Tal como estaba planificado, partiríamos junto a una invitada especial y frecuente, mi madre, a las termas de Papallacta. Soy el único hermano que no tiene vehículo, así que nos tocaría tomar varios transportes (finalmente fueron cinco, solo para llegar).

Me lamentaba todo el camino de no haberme dado cuenta que ese viernes era feriado y que, como después lo comprobamos, las termas estarían repletas de gente. Cientos de vehículos de todo tipo inundaban los parqueaderos, en la entrada se extendía una hilera inmensa de personas que esperaba, como nosotros, relajarse.

Escuchamos que al otro lado estaba el SPA, la zona VIP de las termas (que de por sí ya eran costosas). Pensé que un viaje tan largo no debía terminar en un hervidero de gente hacinada y decidí que fuéramos hacia ese otro lado. A Samuel no le importaba mucho, él se hubiera divertido en cualquier sitio; pero sí estaba impaciente por meterse en las piscinas.

Mi hijo fue el primero en sumergirse en ese pozo humeante, luego mi madre. Pasamos ahí, con una pausa para comer, cerca de cuatro horas. A pesar de eso, Samuel no quería despedirse del sitio y, como siempre, pidió un rato más. Era hermoso verlo desplazarse de un lado a otro, dos grandes flotadores anaranjados a cada lado. 

El retorno fue una travesía: una caminata de una hora hasta la carretera; mi madre en la avanzada, Samuel y yo detrás. Hace muchos años ya habíamos pasado por ahí; él sujeto a mi pecho con un fular elástico, yo de la mano de su madre, conversando de cosas irrecuperables. Luego, otra caminata al margen de una autopista, porque nos habíamos equivocado al bajarnos del bus.

Hay mucha tristeza en la belleza, pensaba. De pronto Samuel me pellizcó y dijo sonriendo: pichirilo, qué color.


Domingo 14 de agosto del 2022

Los sábados y domingos también tengo clases de la maestría y no puedo atender a Samuel cuando pasa conmigo.

Ayer en la tarde, fuimos al parque. Le compré un balón naranja y jugamos, mi padre, Samuel y yo; mientras mi madre nos observaba sentada en el césped. Luego saldé la deuda del helado que le había ofrecido.

Hoy salimos con mi hermana y su familia a una venta de pulgas. Samuel se compró un muñeco, luego fuimos al parque. El balón naranja ya estaba desinflado. De todos modos, jugamos con él.

En un momento dado, Samuel se apartó. Pensé que sería pertinente que se tranquilizara y solo cuando me llamó me acerqué. Me contó que su prima no lo escuchaba. Me senté junto a él y me contó todo lo que había pasado, los conflictos con sus primos. No sabía cómo proceder. Solo recordé que cuando en el colegio ocurre algo, se realiza una reunión de mediación y resolución de conflictos. 

Pedí a mi hermana y a mi sobrina Marianita que nos reuniéramos a conversar.  Samuel explicó cómo se sentía y, finalmente, luego de varias intervenciones, los niños se abrazaron reconciliados.

En la tarde lo fui a dejar donde su madre. A veces quisiera que se quede conmigo para siempre; pero ese adverbio es el más vacío y falso de toda la lengua. Además, sé que las cosas son complejas y los adultos no se ponen de acuerdo fácilmente. Espero que él sume a los malos recuerdos, a mi mala actitud cuando era más pequeño, el bálsamo de estos días. Yo, mientras tanto, ahora mismo, soy un padre feliz.


DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

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