jueves, 21 de febrero de 2019

DESCUBRIENDO EL CINE I. Mi tía Nora


   Es la primera vez que visito las nuevas instalaciones de la consulta pública de la Cinemateca Nacional Ulises Estrella. Es un lugar sobrio, espacioso y con olor a cables y circuitos eléctricos. Se ha convertido, no podría ser de otra manera, en un lugar de concurrencia para parejas jóvenes que miran encarameladas Pescador, Mejor no hablar de ciertas cosas, entre otras. En ese momento, soy el solitario que se registra en el monitor, programa la película y tarda otro tanto en desenredar los cables de los cuatro audífonos, probármelos uno por uno hasta hallar el más cómodo para ajustar el volumen. No demoré en tomar una decisión sobre qué ver. De hecho, fui exclusivamente por Mi tía Nora.

   Había visto el afiche en la antesala del cine Alfredo Pareja, leí hace años sus datos en el catálogo que elaboró la investigadora Wilma Granda. Se me aparecía como una película enigmática, un poco difícil de abordar, por lo que se debía reservar una condición especialmente melancólica del ánimo para disfrutarla. Un trabajo de arqueología.

   Sin embargo, fue una grata y enriquecedora experiencia. La película muestra una visión social del Quito anterior a los años ochenta. Una familia acomodada en decadencia, con una matriarca que me recordó a la anciana totalitaria de una novela de Agatha Christie; de hecho fue inevitable relacionar el trasfondo de Cita con la muerte con la cinta de Prelorán.

   En ese contexto, Mi tía Nora muestra a través de dos o tres niveles cronolécticos, la trasformación de una sociedad con rezagos aristocráticos a un sistema burgués. La familia Arismendi, con su anciana matrona que representa el poder del linaje; y sus hijos, quienes se enfrentan a una sociedad inhóspita, donde el petróleo y los cargos políticos están sobre las viejas tradiciones.

   Bajo la descomposición espiritual de la tía Nora, yace un sustento argumentativo de tinte sociológico. Los tres hijos, criados para sostener un apellido notable, se ven indefensos frente al nuevo orden: el uno fracasa en su empresa y es despedido, el otro emigra para buscar fortuna en Estados Unidos en la venta de automóviles y, por último, la trama central, que es la indefensa Nora, criada únicamente para rezar y mantener los valores; inutilizada desde niña por su propia madre.

   El personaje narrador, la hermosa Beatriz, representa la ruptura con la tradición. Sin embargo, es posible confirmar que, a pesar de su intento renovador, no logra enmendar el pasado y su fatal consecuencia sobre la tía Nora; por lo que a causa de su natural condición revolucionaria, como reafirmación de la diálectica social como el tema analizado del film, se aparta de su familia tomando como punto de escape el arte, en la personificación del pintor.

   La película tiene varios subtemas; y quizá es uno de sus defectos debilitar o soltar la trama principal que muchas veces se eclipsa  en beneficio de una trama secundaria. Sin embargo, Mi tía Nora logra coherencia textual. 

   Por otro lado, es difícil no conmoverse con los pequeños detalles poéticos que fulguran por doquier. El nivel de humanidad de Nora, su forma de ver el mundo que para ella era la casona, la negación de la realidad a través de la televisión y la religión, las fotografías que acomoda en su armario: su sobrina junto a ella en un momento hermoso e inolvidable, el retrato del hermano embustero que le robó su dinero y la foto del único pretendiente que tuvo y que fue truncado por su madre. La construcción del personaje es un acierto, puesto que tiene una carga psicológica de tipo dostoievskiana, un ser arrojado a una sociedad hostil y aniquiladora.

   Termino de ver Mi tía Nora y tengo nuevos amores. Me encantó la actuación de la actriz principal y me fascinó la belleza y desarrollo de la sobrina. Me pareció estupendo el personaje de la anciana, interpretado por la notable soprano Banca Hauser. Me alegró reconocer algunos rostros que vi en otras películas ecuatorianas como el de la actriz Ana María Miranda y de Alfonso Naranjo, quien también actuó en Dos para el camino. Lo que me deja una sensación de que el cine ecuatoriano sí tiene clásicos.

   Es fácil construir una crítica sobre los errores de una película clásica. Sin embargo, como todo clásico es necesario contextualizar. He leído el artículo La traductora, que es fácil encontrar en el portal de Página 12, donde Mabel Prelorán, cuenta, entre otras cosas, las circuntancias en las que se filmó Mi tía Nora. Concebida durante la convalecencia de los dos gestores en un cuarto de hotel, así como se concibe un hijo, con una infinita vocación por el cine se da a luz una película. Se aprovecharon de los recursos que habían sigo designados para el rodaje de un documental en Otavalo y obtuvieron el apoyo de varios entusiastas, entre ellos Jaime Cuesta.

   Mi tía Nora es una joya olvidada en el cofre de la Cinemateca, basta abrirlo un día de estos y sabremos que como simples amantes del cine o como una de aquellas parejitas que busca aprovechar un rato libre, esta película nos luce muy bien.

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