lunes, 19 de septiembre de 2016

POBRE JUAN

pobre Juan que olvida 
la voz que en 1985 dijo: 
<<el cielo se encendió>> 
pobre Juan que olvida 
el sabor de la sopa 
de la calle García Moreno 
donde aguardan las palomas
pobre Juan que olvida 
el rin-rin el tubo colgado 
la cama inerme el sueño 
la espera de aquella mujer 
pobre Juan que olvida 
la loteria la flor y confía 
en el color la mirada oblicua
pobre Juan que olvida
la palabra Juan
entre la maleza
más allá más acá
y olvida el fin
pobre Juan de todos los dioses
pobre Juan de todas las muertes
pobre Juan:
<<ese beso ocurrirá
por siempre pobre Juan>>
deberá 
ocurrir

jueves, 8 de septiembre de 2016

LA COMPAÑÍA DE LUZ


Estoy en la clase de Martínez. Es una tarde ordinaria donde el sol nos saluda con fuerza desde el ventanal. El viejo hace lo de siempre, hablar y hablar, señala un mapa y vocifera <<la rrrrrrrrreepúblicaaa!!!!>> Antonio cabecea junto a mí y frente a mis ojos y al alcance de mi mano, están las nalgas de Lola. De pronto veo a Luz. Primero atraviesa por la nave central del salón, casi choca con los zapatos de Martínez. Se me sale el corazón, por un momento solamente escucho sus patas que rascan la madera, hasta que llega a mí y, como de costumbre, se acomoda a mis pies. Me mira, casi sin volver la cabeza. Las mismas preguntas se me atoran en la mente. <<¿Qué quieres de mí?>> Quemo los minutos barajando otra posible causa a su acoso mientras acaricio con mi taco su lomo. Ella es la única que parece disfrutar la ciencia de Martínez. Yo imagino que acaricio el culo de Lola, a veces solo con un dedo, otras veces abarcando con mis manos la magnitud de su carne. Imagino que la beso, así pasan las tres horas de Historia, con un estiramiento de cuello, con un guiño a Antonio. Inmediatamente Luz se pierde entre las pantorrillas del alumnado y desaparece hasta mañana.

A veces veo a Luz en casa. Cenamos y mamá mira la televisión, la historia de una doncella mancillada y el galán la rescata del desprestigio y la tristeza. Mi hermano arrastra su carrito por ahí mientras imita el sonido de un motor. Luz se queda siempre observando las manos de mi hermano, el camión, con un brillo de nostalgia en las pupilas o quizá como si soñara abordar el juguete, llevar la medicina del doctor Pemberton al otro lado de la cordillera, sortear los barrancos y desfiladeros, los cráteres y la nieve, el desierto y el páramo. Lo mira con esos ojos de canicas y ellos nos reflejan a todos. Más tarde, y según su conveniencia, se posa sobre mis pies y espera la caricia sobre el cabello de mi madre que no cierra la boca para masticar el pan que se ha introducido hace un momento. Queda estatua, sin tener tiempo de arreglarse el cabello. Yo la peino suavemente con mis dedos. Hasta que Luz se va hacia la cocina, donde está la puerta que da al patio, y desaparece entre las magnolias.

A veces Luz asiste a la iglesia, incluso bebe la sangre de Cristo y degusta su carne. Lo malo es que nadie se da cuenta. Porque cuando Luz está arreglada parece una señora de finales del siglo XIX. Se persigna y ofrece sus dientes afilados a Cristo, a su santo madero traído de Roma, a su estucado, a su encolado, a sus ojos de vidrio hermanos de los suyos. Participa de la doctrina y el rito, besa los pies de la efigie y se consume en un cirio. Mientras yo poso sobre su cuerpo mis anhelos, mis deseos de días mejores, mis lágrimas. Desaparece como el fuego y vuelve a nacer en otros carbones.

Siempre le pregunto <<¿Por qué me has elegido?>> Y barajo posibles respuestas, esperando alguna confirmación. He trazado meticulosamente todas las opciones de una vida como la mía. Desde mejores hábitos alimenticios, hasta un lejano remitente. Desde una misión cósmica, hasta las pobres hijas de la vecina. Solo me queda formular la última pregunta, la que he evitado a toda costa porque abarca todas las respuestas. Esa pregunta que formuló mi padre y de seguro saldrá un día de los labios de Martínez, de Antonio, del cura y de mi madre. Pero, mientras acaricio sus patas, no me atrevo.

lunes, 5 de septiembre de 2016

CIUDAD DE NOCHE

oh musa de la noche 

sin árboles como espectros

sin gatos sin pasos sin música 

que nace en alguna taberna

y se extiende por tu rostro

sin recién nacidos rechazando la vida

sin moribundos rechazando la vida

sin perros siguiendo un viejo y secreto itinerario

oh musa de la poesía

que completas con tus cabellos la noche

y la haces más negra e íntima

más alejada del alba

más noche sin horas

y alguien tocando la puerta

más aire que te sacude la tristeza

más alegría de último sobreviviente

en la ciudad solitaria de tu cuerpo

como una noche cerrada sobre mi voz

más sospecha de civilización perdida

de civilización inminente

de civilización de letras

de civilización de aullidos frente al aguijón de la noche

de civilización aniquiladora de la noche

de civilización de ideas chorreando por tu cuello

oh custodia de mi último tabernáculo

donde mora el reposo

los oleos y almizcles del último reposo

como una luz en medio de la noche

como río subterráneo que huye de la noche y busca el día

como río que te inunda y donde nadan mis palabras

río que busca salir por tus poros

y oscurecer el libro la almohada y el beso

DE CUANDO TODOMEO SABOREÓ EL PODER

       Tomaría una novela explicar cómo llegó Todomeo a ocupar el trono de la nación. Por ahora, basta decir que lo acompañó la ...